Ahora vamos a tener que evitar el sol – le digo a Seba desde la habitación mientras le pongo el pañal a Pau.
Unos minutos antes, cuando lo bañaba, se le mojó la costra de la lastimadura que tenía en el mentón y se le salió. El golpe se lo dio el fin de semana, mientras andaba con su patinete a toda velocidad por la acera. Ahora se ve la piel rosa, virgen, indefensa que está debajo.
No pasa nada si le da el sol – me responde desde la terraza mientras riega las plantas y sigue – dejá de joder con esas cosas, se va a dar mil golpes más y mucho peores que este.
Algo me molesta en el estómago.
¿Qué efecto puede hacer el sol sobre el mentón sin cascarita de Pau? No lo se, pero para mí el sol cuando es fuerte y da directo en la piel, hace más mal que bien.
Cuando era pequeña mi mamá me enseñó a interponer de forma cotidiana una serie de objetos entre el sol y mi piel: protectores solares, anteojos, sombreros, sombrillas, parasoles. Me llenaba de cremas y telas que me alejaban del contacto directo con el sol. Era su manera de protegerme. Me dejó un repertorio de enseñanzas, como la piel tiene memoria, el sol arruga, los lunares expuestos a los UV pueden deformarse. Todavía hoy, cuando me siento en una terraza, me pongo de espaldas.
Sé que va a darse mil golpes y peores que este. O no. Pero criar, es en gran parte, re-transmitir lo aprendido. Pasar de generación en generación aprendizajes, teorías, decisiones consideradas aciertos, muchas veces, sin apenas cuestionarlas. Le respondo un mix de ambas cosas: por un lado, que para mi es importante cuidarle la piel y evitar que le quede una cicatriz y, por el otro, que mirá quién habla de obsesiones. Las repaso rápido en mi mente y en este caso no aplican. Seba jamás se cuida del sol y ama sus cicatrices. Sobre todo las que tiene del día que se prendió fuego todo el cuerpo porque el motor de una lancha le explotó en las manos.
Podemos ponerle protector cuando salgamos de casa – me responde y el dolor de estómago cede – pero al sol va a estar.
Le pongo el pijama y las medias e intento peinarlo pero se escapa. Se va andando al salón con la cabeza mojada y el pelo enredado a buscar su patinete. Me echo sobre su cama y apoyo la cabeza en los almohadones. Registro el cansancio de mi cuerpo. Giro hacia a la izquierda y veo un perro vestido de policía, un panda, una pantera rosa y un koala. Pienso en que también debería avisar en la guardería para que eviten la exposición al sol cuando Pau salga al patio. Agarro el koala y lo aprieto contra mi pecho. Son las ocho de la noche, es viernes. Hoy el día fue gris y ventoso pero para mañana el pronóstico anuncia sol pleno.
Seba se acerca hasta la habitación de Pau y me dice:
Evitar el sol es una exageración.
Él, que se pone verde si no cierro las puertas de los placares o dejo los cajones semiabiertos. Pienso que eso una exageración. No se lo digo.
Cierro los ojos un momento y el dolor de estómago ahora está más abajo, es como una punzada y viene de un ovario. Puedo afirmar que estoy ovulando, que ese dolor es porque el óvulo de este mes acaba de salir a pasear. Parece que en febrero toca el ovario derecho.
Hace algunos años, mi psicoterapeuta de entonces, cansado (creo yo) de escucharme repitiendo estados de ánimo mes tras mes, me pidió que anotara qué días del mes me sentía más triste, cuáles más enérgica, cuáles más neutra y fue toda una revelación. Nunca lo escribí, pero descubrí que los días 4, 5 y 6 del ciclo, siempre previos a la ovulación, mi estado de ánimo podría titularse “extrema sensibilidad”. Después lo simplifiqué y dividí mi ciclo en dos. Los días del mes que veo negro y los que varío entre blanco reluciente y gris oscuro y califiqué las etapas como AO y DO: antes y después de la ovulación. Me volví experta.
No recuerdo bien porqué pero es uno solo el que lo logra. Un solo óvulo es el que sale, el que se expone. Sale y espera a un espermatozoide que lo encuentre. Si no llega nadie, sigue su recorrido y muere y el ciclo vuelve a empezar. Cuánta exposición y vulnerabilidad la de ese óvulo. Primero triunfa y después se sienta a esperar en la banqueta de un bar a que el más vigoroso lo alcance primero. El más fuerte, el más apto, el más vulnerable. Se expone, se arriesga.
Me levanto y acomodo los almohadones. Saco la toalla mojada y la cuelgo en el tender, guardo la bolsa de pañales y las toallitas húmedas. Cierro los cajones. Busco el peine y me siento al lado de mi hijo.
Mañana a la mañana podemos ir a la playa – le digo a Seba mientras peino a Pau que ahora está sentado jugando con un cochecito.
¿Y el sol? – me pregunta con los ojos más abiertos de lo normal
Mentiría si dijera que me acuerdo cuándo leí por primera vez a Joan Didion. O si hubo alguien en concreto que me recomendó sus libros. Pero sí puedo decir que apenas la leí, algo adentro mío se movió. Reforzó la creencia de que uno está dónde debe estar. Yo debía estar ahí en ese momento, leyendo esas líneas y ella estuvo donde debía estar, para que esas mismas líneas sean parte de un libro. La primera historia con la que entré a su universo no fue una historia alegre, ni descriptiva o novedosa, pero si reveladora. Me ayudó a resignificar la muerte, la enfermedad, los tratamientos médicos desde un lugar fresco y asimilado. Eso, asimilado.
Joan Didion tenía más de 80 años cuando la conocí y había sido una escritora prolífica y reconocida en vida por sus obras. Sin embargo, por alguna razón, me enteré tarde de su trabajo. Su nombre, que para mí era un nombre de hombre, era también el de ella, una mujer con voz pausada y profunda, envuelta en un cuerpo mínimo, que movía sus manos al hablar, como dando pinceladas en el aire. En los dos libros que leí uno tras otro – El Año del Pensamiento Mágico y Noches Azules – Joan describe las circunstancias que rodearon la muerte de su esposo y de su única hija. Se trata de dos relatos movilizantes, contados con tal dulzura y crudeza, que a medida que avanzaba en la lectura, necesitaba cerrar el libro, respirar para procesar la información y poder seguir.
El año del pensamiento mágico cuenta la historia de una esposa, que después de una vida entera compartida con su marido y colega, se queda sola, de un segundo para el otro, mientras están cenando en la mesa de su casa, con la chimenea recién prendida. Y la segunda, es la historia de una madre que pasó meses yendo y viniendo del hospital a su casa y de su casa al hospital, interpretando documentos científicos, tratando de comprender qué afección tiene su hija, hasta que un día, cuando parecía recuperada, muere. Y todo lo que viene después de ambas ausencias. El análisis racional de la experiencia y el pensamiento mágico, amalgamados como dos recursos perfectamente compatibles.
A partir de ese momento, Joan Didion ocupó un espacio en mi mente. Había un lugar, de pronto, que era suyo. Cada vez que escribía, pensaba en su estilo, buscando parecerme, apenas, un poquito. Cada vez que leía a cualquier autor o autora, la comparaba. Cada vez que entraba a una librería o a una biblioteca, buscaba la D de Didion. Tenía la necesidad de compartirla con todos los que me rodeaban, de nombrarla, de sentirme parte de su universo de lectores.
Joan Didion tuvo muchas vidas antes de que estas dos historias marcarán sus últimas décadas. Su juventud fue radiante y sincera o al menos eso es lo que hizo público. Era fanática de la coca cola, del cigarrillo y de dormir toda la mañana. Escribió siempre, sin parar. Decía que había que escribir sobre lo que se tenía en mente, sin que importaran las consecuencias. Intentó ser la mejor madre para Quintana y surfeó los vaivenes de la vida en pareja por casi cuarenta años. El resto de sus libros están llenos de relatos, reportajes e historias de ficción, nutridos por viajes, mudanzas, rock y espectáculo.
Esta fue solo la influencia que su escritura dejó en mí, desde que la leí por primera vez, porque estaba donde debía estar, en ese tiempo y espacio determinados. Y aunque ya no habrá nuevos textos de ella – o tal vez sí, alguno inédito – podré volver a sus libros, una y otra vez, para meterme en su mecanismo de pensamiento, su vocabulario, su claridad y coherencia, con esa sensación interna de que algo se mueve, o mejor, se reubica.-
Algunas ideas forman de a poquito en nuestra mente, como el polvillo, cuando se acumula sobre los muebles y ya no podemos ignorarlo. Otras, llegan de golpe.
El despertador sonó a las 8.45. Me levanté para preparar el desayuno. Caminando hacia la cocina, hice el ejercicio mental que hago todos los días apenas me levanto, que me ubica en espacio y tiempo y aunque va variando, es más o menos así: son las 10 am, es sábado a la mañana, en casa están todos bien, no tengo mensajes ni mails de trabajo, ayer viernes vencía el impuesto inmobiliario y lo pagué, mandé el mail a seguridad social, faltan dos días para el psicofísico del carnet y ya está anotado en la agenda. Recién ahí siento los hombros relajados. Voy al teléfono y rechequeo whatsapp, gmail, notificaciones de instagram. No hay nada. Decido poner música. Unos segundos después, mientras enjuago con cuidado el mate para no salpicar de verde la bacha blanca e impoluta del departamento recién alquilado, suena Bohemian Rapsody.
Mama, just killed a man put a gun against his head pulled my trigger, now he’s dead
¿Está Freddy hablando de salir del clóset?
Creo que todos tenemos algo que tiene que salir del clóset. Se puede tomar prestada esta frase para cualquier cambio, movimiento interno o externo que nos obligue a dejar atrás una versión de nosotros mismos y a hacernos cargo de una nueva. Como Freddy, matando a nuestro yo antiguo y empezando a ser uno nuevo.
Wikipedia dice que salir del armario, del clóset o del placard«son modismos que, aplicados a las personas, significan declarar voluntaria y públicamente su homosexualidad». Funciona como analogía de algo escondido, a la vez que grafica la sensación de encierro y oscuridad de quienes esconden su orientación y «saca a la luz» un aspecto de la vida que hasta el momento, estaba escondido. También dice que se extendió a otros colectivos o minorías: ateos, en una comunidad creyente, por ejemplo, o disidentes de partidos políticos mayoritarios.
En mi caso, es la estructura – una mezcla resultante de muchas cosas, pero que puedo resumir en tres: nací con ascendente y sol en Capricornio, tuve una educación exigente y estudié abogacía – la que pide a gritos romper las puertas del clóset. La estructura funciona como ilusión de control: son las 10 de la mañana de un sábado, todos están bien y tilde tilde tilde. Nada puede salir mal, nada malo puede pasar. Y aunque por experiencias propias y ajenas sabemos que eso no es real, que las cosas pasan igual y cuando tienen que pasar, mucho más allá de nuestra listita y de nuestro deseo, reincidimos. Pero ojo: esa estructura que nos hace creer protegidos de las cosas malas que pudiesen pasar, también nos «protege» de las buenas. Nos deja inmóviles, quietos, cautos, a salvo, lejos de los extremos. Vivos, pero en punto muerto.
Durante diez años fui a la casa de mi abuela después de la escuela. Caminaba dos cuadras desde la puerta del colegio hasta la «casa del pueblo» como le decía ella, porque antes había vivido en el campo. La casa del pueblo era de ladrillo visto, con puertas y persianas de madera brillante y en el primer piso tenía un balcón grande, que para mí, en ese momento, era todo.
Como las clases eran por la mañana, llegaba a la casa de la abuela al mediodía. Apenas abría la puerta del garaje se escapaba un vapor condimentado que me indicaba el camino para encontrarla. Cuando me veía me daba un abrazo con todo su cuerpo y me hacía probar lo que estaba cocinando. Este fin de semana vi dos películas que muestran el rol fundamental que cumplen las abuelas en la vida de sus nietos. Ambas son historias reales.
Las abuelas Mammaw e Ivy
Hillbilly, una elegía rural está en Netflix y es del director Ron Howard (Apolo 13 y Una mente maravillosa, entre muchas otras). A pesar de que la crítica estadounidense llegó a decir que era una de las peores del año, a mi me gustó mucho. Según los críticos, el error está en que el éxito del protagonista coincida con el «sueño americano», una idea que hoy está bastante cuestionada. Se trata de la historia de una familia de clase trabajadora que lucha contra una herencia cargada de adicciones y falta de oportunidades. Está contada a partir de las memorias de J.D. Vance, un abogado recién recibido en Yale que vuelve a su pueblo porque su madre está internada por sobredosis.
La otra es Rocketman, que también está en Netflix y cuenta la historia de vida del músico Elton John. Con once años y un talento fuera de lo ordinario, Elton – que por entonces se llamaba Reginald Dwight – recibe una beca en la Academia Real de Música en Londres. Su papá – siempre ausente – y su mamá – que lo culpaba de todos sus males – subestiman las posibilidades de Elton. Es su abuela Ivy quien se compromete a llevarlo a la audición que le cambia la vida para siempre
De dónde venimos y hacia dónde vamos
El rol de los abuelos y las abuelas fue cambiando con el tiempo. Hace algunas décadas eran más distantes, confundían el trato respetuoso con la ausencia de cariño. Después de algunos años, ese respeto se perdió y fueron, a veces olvidados, otras rechazados por sus costumbres anticuadas o sus capacidades físicas limitadas. Sin embargo, en todas las épocas hubo abuelos y abuelas que cuidaron de sus nietos y cumplieron con el rol de un modo que solo la experiencia de una vida entera puede dar.
Mi abuela, que se llamaba Nelly, no ocupó el lugar de mi mamá, pero su presencia no pasó inadvertida. No solo por su carácter estridente y la alegría que expresaba cada vez que yo entraba a su casa, sino por los aromas y sabores de su comida siempre disponible y su forma de ser madre de mi madre, que se proyectó hasta mí. Con mi otra abuela, comparto el nombre, pero no llegué a conocerla ni a saber cómo era. Aunque sospecho que heredé de ella más de lo que me puedo imaginar.
Estas dos historias de vida me llevaron a pensar en mis abuelas y en mis orígenes: eso tan básico de buscar de dónde venimos para ver a dónde vamos. Como dice la escritora alemana Nora Krug**, en su libro Heimat, lejos de mi hogar: no podes saber quién sos sin enfrentarte con el lugar de donde venís. Estas películas, más allá de los detalles de cada historia, van al grano en esto y es inevitable que al verlas, nosotros vayamos también.-
*la ilustración es de @mercedes_debellard y es uno de los carteles que publicó el Ayuntamiento de Madrid en la fiesta de San Isidro 2018.
**me enteré de Nora Krug y su libro «Heimat, lejos de mi hogar» por el newsletter de @minicarbono.
No tenemos claro qué provoca el deseo de buscar un hijo, pero sí sabemos que, aunque suene sencillo o natural, para muchas personas está lejos de serlo. En algunos casos la infertilidad es estructural: por razón del sexo, la identidad de género o la orientación sexual. En otros, es el diagnóstico después de múltiples intentos fallidos: complicaciones para concebir, abortos espontáneos, embarazos ectópicos, inseminaciones artificiales, fertilizaciones in vitro.
Gabriela y Rodrigo tienen 49 y 51 años y quieren ser padres desde que se conocen. Dos días antes de nochebuena, recibieron una llamada de su médico: “Chicos, ya está. No hay más nada por hacer” – les dijo. El embarazo de siete semanas estaba detenido. Era el segundo aborto espontáneo, después de doce inseminaciones artificiales y ocho fertilizaciones in vitro. Habían llegado hasta el final sin recompensa, estaban agotados física y emocionalmente. Todavía no sabían que una nueva posibilidad los estaba esperando: la sustitución de vientre.
Los proyectos de ley. Los motivos.
En el mes de julio, se presentaron en el Congreso Nacional dos proyectos sobre la sustitución de vientres, una práctica sobre la que no se había avanzado legislativamente desde el año 2015. En aquel momento, se eliminó del anteproyecto del Código Civil y Comercial de la Nación, por considerarse una figura compleja y casi sin antecedentes en nuestro país. La diputada nacional por Córdoba, Gabriela Estévez y el senador nacional por Mendoza, Julio Cobos presentaron el mes pasado proyectos para modificar la actual regulación. A pesar de algunas diferencias, ambos pretenden legalizar una práctica que está siendo utilizada como alternativa, para aquellas personas que tienen el deseo de formar una familia y no pueden hacerlo por imposibilidad de gestar y/o de llevar a término un embarazo, por razones de salud, como puede ser la infertilidad o razones de sexo, orientación sexual o identidad de género.
“Me parece que seguir en el silencio es dejar a la gente en un lugar de total inseguridad jurídica, porque al no estar regulado, pero no estar prohibido va a depender del juez que te toque. Nosotros partimos de dos lugares: por un lado, el principio de igualdad y no discriminación, para que todas las personas puedan acceder a formar una familia. Y por el otro, el principio de realidad: hoy hay 47 familias que ya han hecho este proceso en Argentina. Más todos los argentinos que lo hacen en el exterior.”, explica el Dr. Federico Notrica, abogado miembro del equipo de la Dra. Marisa Herrera, principal redactora del proyecto presentado por la diputada Estévez.
¿Qué
es la gestación por sustitución de vientre?
La
gestación por sustitución es un procedimiento por medio del cual una persona –
la gestante – lleva adelante un embarazo con el fin de que el o la nacida tenga
vínculos de filiación, con otra persona o pareja, que tiene la voluntad de
procrear. “Desde el punto de vista médico, el procedimiento es sencillo. Se
hace una fertilización in vitro y en el momento de inseminar, en lugar de
hacerlo en el cuerpo de la mujer con voluntad procreacional, que puede haber
dado sus óvulos o no, se insemina en otra mujer que será quien gesta. La
gestante no puede dar sus óvulos”, explica el Dr. Gustavo Botti médico
ginecólogo especialista en medicina reproductiva y miembro de comité científico
del Programa de Asistencia Reproductiva de Rosario (PROAR). Previo a la
transferencia del embrión se realizan estudios físicos y psicológicos de los
intervinientes y se emite un informe que certifique que tanto la gestante, como
los comitentes entienden la naturaleza del tratamiento.
Gabriela y Rodrigo empezaron la búsqueda hace doce años: “Primero cumplimos con lo que entendíamos cómo pasos previos – cuenta Gabriela – el trabajo estable, la casa y la disponibilidad de tiempo”. Al año y medio de buscar a su bebé, empezaron a saltar de un especialista a otro. “Después de años sin resultados, cambiamos de médico y ahí me detectaron una sinequia en el útero – una sinequia es una tela finita que recubre las paredes del útero y no permite que el embrión se implante – junto con una leve endometriosis. Me operaron de ambas”. No fueron una, ni dos, sino varias intervenciones. “Una vez solucionado eso, el problema era que mi endometrio no se engrosaba lo suficiente. Sin embargo, seguimos intentando. Yo nunca paré, nunca me tomé un mes, era mi objetivo y no había otra persona que lo pudiera hacer por mí”. La sustitución del vientre cambió el paradigma: ahora sí alguien puede hacerlo por ella. “Por eso quiero que esto se sepa, que la gente se entere de que hay una posibilidad más”, agrega.
La
situación actual y la autorización del juez
Aunque todavía vemos en la televisión o escuchamos sobre casos de personas que viajan a Estados Unidos, India o Ucrania – como se vio en plena pandemia – a buscar a un hijo o hija que fue gestado en otro vientre, este procedimiento se hace en Argentina y lejos de ser una práctica ilegal o prohibida, es autorizada por la justicia en solo tres meses. A pesar de no estar regulada actualmente, tampoco está prohibida y el art. 19 de la Constitución Nacional deja claro que todo lo que no está prohibido, está permitido.
En
líneas generales, se pide permiso al juez antes de realizar la transferencia de
los gametos o el embrión en la gestante. “Se le lleva la información sobre las
partes que intervienen, los aptos físicos y psicológicos y la voluntad
procreacional de la pareja, de modo que al momento del nacimiento sean ellos
quienes figuren en la partida de nacimiento”, agrega la Dra. Nadia Parolin,
abogada del Instituto Médico Proar.
El
proyecto presentado por la diputada Estévez opta por la autorización judicial
previa, tal como se hace actualmente. En el caso del proyecto del senador Cobos
hay una variante: las partes celebran un “acuerdo de gestación por sustitución”,
que es privado y se presenta como una alternativa más ágil para evitar las
demoras de la justicia.
Gabriela y Rodrigo fueron habilitados por la justicia para hacer la sustitución, pero les faltaba algo muy importante: la gestante. Como en la mayoría de los casos, hasta que una situación no toca de cerca, pensamos que somos los únicos. Y después nos encontramos con que hay cientos de personas pasando por algo parecido. “Mis primas, mis amigas y yo nos pusimos en campaña para encontrar a la persona que llevaría adelante el embarazo. Me dijeron que buscara en Facebook uña grupo que se llama Gestación subrogada en Argentina y me encontré con un mundo enorme: hay parejas buscando gestantes, mujeres que se postulan para subrogar, parejas y gestantes que cuentan cómo fue su experiencia”. Una de las sugerencias que leyó fue que para que ocurra la magia, lejos de ocultar su decisión de sustituir el vientre, lo cuente. Así fue que la amiga de una amiga se ofreció para gestar. “Entre ellas habían hablado del tema y en esa charla Laura – la futura gestante – dijo que si tenía la oportunidad de gestar para alguien que no pudiera tener hijos, lo iba a hacer. Empezamos a charlar y la conexión fue instantánea. No hizo falta que nos digamos que sí la una a la otra”, cuenta Gabriela.
¿Cuál
es la motivación de uno y otro lado?
La
subrogancia de vientre con y sin compensación económica está permitida en 43
estados de Estados Unidos, pero es ilegal en cualquiera de sus formas en casi
toda Europa Occidental. En India fue prohibida por denuncias de explotación: el
“turismo de la fertilidad” le dejó al estado indio más de 400 millones de
dólares por año[2].
En el caso de Argentina, la finalidad altruista es requisito ineludible en el proyecto presentado por la diputada Estévez: el juez solo podrá autorizar la práctica cuando se demuestre que la relación es altruista, es decir que no habrá dinero a cambio de la gestación. “Lo importante es probar que entre la persona gestante y los requirentes haya una relación de parentesco o una relación afectiva previa, por ejemplo, que sean amigas de toda la vida, etc.”, explica el Dr. Notrica. En el caso del proyecto presentado por el senador Cobos, no es requisito demostrar el lazo afectivo. Además, propone un registro de gestantes, donde todas aquellas mujeres que tengan la intención de gestar se inscriban en un registro nacional que verifique que se cumplen los extremos exigidos. “A mi no me interesa qué hace la pareja con la gestante desde el punto de vista económico. Sí me suena ridículo que una mujer pueda gestar por otra solo en casos que haya relación de parentesco o amistad, porque esa exigencia obliga a los intervinientes a manipular realidades”, agrega la Dra. Parolin.
El proyecto de la diputada Estévez justifica la finalidad altruista con el fin de evitar la explotación de mujeres por sus vientres, sobre todo en los casos de aquellas que tengan necesidades económicas, convirtiendo a esta práctica en un negocio más: “No existe gestación por sustitución, en la que por más que medie un intercambio económico, no se vuelva de algún modo altruista. Nosotros no tenemos el tipo de procedimiento que hay en Estados Unidos o en Ucrania, no existe esa despersonalización en la que viene la pareja, contrata y se vuelven a ver a los nueve meses. Acá, gestante y comitente van a hacer juntos el análisis de sangre. Tenemos una personalidad que nos exige saber, estar, compartir”, agrega la Dra. Parolin.
La
oposición
Un
fuerte sector del feminismo, a nivel mundial, alega que esta práctica socava la
dignidad humana de la mujer ya que se utiliza su cuerpo y sus funciones
reproductivas como una mercancía o un objeto. “Hay aguas bastante divididas en
el feminismo. Una parte, si se quiere más radical, dice que hay que prohibirla
porque es la nueva explotación del cuerpo de las mujeres. La otra vereda del
feminismo, en la cual me puedo enrolar yo, dice que lo regulemos, porque así
protegemos a las mujeres. Para nosotros, la única forma de evitar que haya
explotación es permitiendo que la mujer de modo autónomo y libre decida ayudar
a otra u otro con quien tiene una relación afectiva previa y que el juez o
jueza pueda ratificar estas cuestiones”, finaliza el Dr. Notrica.
***
En julio de 2017, una escritora de Los Ángeles, Estados Unidos, publicó una carta abierta dedicada a su futura – y aún desconocida – subrogante de vientre: “Quiero que seamos una familia. Vos vas a estar estampada para siempre en mi hijo. El va a haber ingerido tus nutrientes, sentido tus emociones. En sus primeros meses de vida, tu voz será la que escuchará cada día. Tu latido será el que sentirá como su hogar. Cuando el bebé venga a mis brazos, sentiré como si estuviese adoptando mi hijo biológico del cuerpo de alguien más”[3]. No sabemos qué motiva la búsqueda de un hijo, pero puede que sea el amor de padre o madre, que se siente de manera anticipada. Un amor valiente, arriesgado, heroico, por momentos miope, generoso, repleto. ¿Y gestar para otro? No puede describirse, pero debe ser eso y mucho más. –
*Gabriela,
Rodrigo y Laura no son nombres reales, pero la historia es cien por ciento
verdadera.
– ¿Ya pudiste plantar el limonero? – le pregunté a mamá
– No amorcito, tengo que esperar a que pasen las heladas
***
Todo empezó un viernes a la noche, después de cenar hamburguesas veganas. Uma se levantó de golpe del sillón donde estábamos acostados mirando una serie y empezó a sacudirse, contrayendo y estirando el estómago, con tanta fuerza como si estuviera por escupir uno de sus órganos. Esa noche vomitó algo de mi hamburguesa y un líquido naranja que estaba en su cuerpo de antemano. Enseguida levanté del piso sus platos de comida y agua y los dejé arriba de la mesada, busqué el papel absorbente y sequé el vómito. Ella se volvió a echar y al rato nos fuimos a dormir. A las 3 am repitió los movimientos bruscos. A las 5 de nuevo y a las 6 otra vez. Hacía las mismas contracciones, la espalda se le ponía tan curva que parecía que iba a quebrarse, pero ya no vomitaba nada. Después aprendí que se llaman náuseas improductivas. A las 8 fuimos hasta la guardia, nos sentamos en la sala de espera y Uma empezó a temblar, como cada vez que entraba a una veterinaria. Le pasaron suero con ranitidina, reliverán y un analgésico.
Mientras le pasaban suero yo le acariciaba el lomo y sentía en la yema de mis dedos cómo ese líquido frío entraba en su cuerpo. Uma miraba la pared con expresión de desgano, yo miraba el gotero. Había visto muchos sueros en mi vida, pero nunca los había manipulado. Aprendí que le llaman perfus a la manguera, el regulador y el tubito por donde cae el suero, que un extremo de la manguera se conecta al sachet y el otro extremo a una aguja, que si tiene el borde verde es más gruesa y larga que si el borde es amarillo. Esa noche el goteo iba rápido y se le formó una bola enorme debajo de la piel atrás del cuello. No me gustó la deformidad, pero la veterinaria de guardia me dijo que era normal y que así el cuerpo absorbía a medida que iba necesitando. En los próximos veinte días iba a volverme experta en bolas de suero subcutáneas.
Nos habíamos encontrado de casualidad en el 2007. Yo quería que alguien me hiciera compañía porque mi hermano, que ya había terminado la universidad se mudaba y yo, que empezaba el segundo año de abogacía, me quedaba sola, pero los perros estaban prohibidos. Mi otro hermano había llevado cachorros a casa que habían masticado muebles y ropa y jamás se había hecho cargo de pasearlos, bañarlos o arreglar lo que rompían. Un mediodía, no me acuerdo de qué mes, crucé al shopping de la vuelta donde estaba el Banco Municipal a pagar las expensas. Y mientras hacía la cola, la ví a Uma que todavía no se llamaba Uma, pegada contra el vidrio, mirándome. Salí de la cola del banco y entré al pet shop. Pregunté por ella, pero estaba reservada: “La dueña del Caro Cuore de planta baja me pidió que se la guardara hasta las 12. Ya son 12.45, si no viene en un rato, es tuya”, me dijo la vendedora. Era una Yorkshire Terrier de tres meses y una semana y no tenía papeles. Le pedí que me diera cinco minutos y me fui corriendo hasta el departamento. Entré y le pregunté a mi hermano cuánto teníamos en el fondo de emergencia. Lo vaciamos. Cuando la vio me dijo que era perfecta.
Uma siguió teniendo náuseas improductivas, se deshidrató e hizo un cuadro renal. Un martes al mediodía, mientras la estaba girando para evitar que se le formaran escaras, dejó de respirar. Hacía dos días que no se levantaba y tenía que moverla cada dos horas y ponerla boca abajo – como una foca, me había dicho la veterinaria -. No hizo ruidos, ni una respiración brusca, solo frenó. Me la quedé upa, la miré y la acaricié. ¿Estaba ahí o ya no estaba más? Lo llamé a Seba y le dije que siga haciendo sus cosas porque yo estaba bien. Me estaba despidiendo, más o menos como me lo venía imaginando los últimos días, cuando perdía las esperanzas de que los corticoides o el nuevo antibiótico hicieran un milagro. Pensé en todo lo que habíamos pasado juntas. Pensé en su cuerpo como un envase. En si tenía que dejarla afuera o si con la ventana abierta era suficiente. En su alma y en un cielo de perros, como un lugar especial, mucho mejor que el de los humanos. Como un cielo vip.
Al día siguiente estaba fría y tenía las articulaciones duras. Se llama rigor mortis – me dijo Seba como explicando lo inexplicable. Como si el hecho de que fuera algo esperable cambiara las cosas o calmara el dolor. Porque eso hacemos, ponemos nombres, protocolizamos la evolución y también, la involución. Por favor no la toques más – me dijo, también. Hicimos el pozo en el patio de la casa de mis viejos, la envolvimos en una toalla y la apoyamos en el fondo. Le fuimos tirando tierra de a poquito, desarmando los cascotes, mientras una versión acústica de Sweet Child of Mine sonaba en mi celular apoyado en una maceta. Después de la tierra le tiramos rosas blancas del jardín de mamá y elegimos un limonero para plantar sobre su tumba.
***
Por veinte días sentí lo que llaman síndrome de la mamá primeriza: nada de nada importa, salvo cuidar a tu cría. No dormí de corrido, dejé de cocinarme, fui a la veterinaria y a la farmacia más que en toda mi vida. Uma no era mi cría, pero fue lo más parecido o cercano a una cría que tuve. Esa despersonalización fue agotadora, pero a la vez me alivió. Dejé de mirarme al espejo, de verme los defectos, los míos, los de mi casa y los de las personas que veo todos los días. Me distraje por veinte larguísimos días de mi más íntima y subjetiva realidad: mis miedos, mis fobias, mis objetivos a corto y largo plazo y todas las actividades que hago para distraerme de eso – íntimo, subjetivo y por lo visto, aterrador – que dirige mis pensamientos como un director con su batuta. Los últimos días de Uma me revelaron, como quien va a visitar a una vidente, ese lado oscuro que me persigue mientras corro, como escapándome. –
La Avenida Pellegrini tiene casi diez kilómetros de largo, dos carriles anchos por cada mano y un cantero central angosto rodeado por una ciclovía. Es jueves y son las tres de la tarde en Rosario, el cielo está gris y la humedad crece; faltan tres días para que empiece la primavera. En la esquina de Pellegrini y Sarmiento decenas de personas se desplazan: cruzan, esperan la señal del semáforo, se apuran para llegar al otro lado. Hay autos particulares, camiones, motos, camionetas, colectivos, combis, taxis, bicicletas y peatones. El estacionamiento medido está completo en ambas manos, por lo que dos tercios del espacio disponible está cubierto por vehículos a motor circulando o estacionados. En la esquina, desde un camión parado sobre la línea amarilla, dos hombres descargan cajones de verdura, seis horas después de finalizado el horario permitido; detrás del camión, tres conductores de auto aprovechan a parar en doble fila. El semáforo pasa a rojo: dos ciclistas cruzan, tres se quedan esperando, dos peatones atraviesan la avenida por la senda peatonal serpenteando entre los autos. Los actores parecen entender las reglas del juego, es un caos en el que todo fluye. Hasta que colapsa.
***
Una puerta doble de madera maciza da ingreso al Palacio Vasallo. En este edificio, construido en 1911 y ubicado frente al Monumento a la Bandera, se aloja el Concejo Municipal. En un sector con oficinas de techo bajo y muebles blancos, Lisandro y su equipo, discuten, estudian y preparan proyectos sobre diversos temas. Ordenar el tránsito de Rosario y promover una movilidad activa y sustentable está entre sus principales objetivos. Para Lisandro y sus asesores la relación es indiscutible: a medida que aumenta el número de autos, mayor es el número de siniestros viales con víctimas fatales.
“Estamos en una emergencia vial. Se mueren 200 personas por año en nuestra ciudad por siniestros viales y entre siete mil y ocho mil en todo el país y parece no importarle a nadie”, afirma el concejal por el Frente Demócrata Progresista, Lisandro Zeno.
Los autos contaminan, colapsan las calles y les cuesta a todos – los que usan auto y los que no – mucho dinero. “Gran parte del presupuesto de la ciudad se aplica a la reparación de baches, pavimentación y repavimentación. En Rosario, un auto que puede trasladar a cinco personas lleva a un promedio de 1.5 y genera muchos gastos: los principales son por infraestructura, porque invertimos en calles para que los autos circulen y estacionen, pero después hay que mantenerlas en buen estado, iluminarlas y cuidarlas y esa es plata que pagamos todos”, explica Lisandro.
Lisandro y su gente quieren desincentivar el uso del auto: bajar la velocidad máxima, proponer la movilidad activa, generar conciencia sobre el espacio público. Lisandro lo resume en hacerse cargo.
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No hay retruque al que Mariel no pueda hacer frente, está convencida de que un sistema de bicicletas públicas es una herramienta de transformación social. Una herramienta poderosísima. Mudarse al barrio Alberdi en la ciudad de Rosario, la obligó a repensar la movilidad y hoy le sobran argumentos para sostener su cambio. Cuando vivía en el centro, la Facultad de Ingeniería a la que iba de lunes a viernes, quedaba a seis cuadras de su casa y, muchas veces, iba en auto. Cuando Mariel y su familia se mudaron, el auto se volvió indispensable, no solo para ella, sino para los demás integrantes de su familia. Primero optó por el transporte público, pero las demoras y la frustración por quedarse atascada la sacaron del lugar cómodo. Se dio cuenta de que ella estaba siendo parte del problema y que la solución era cambiar su modo de moverse. Intentó con la bicicleta, pero no fue fácil trasladarse sin ciclovía ni bicisenda y atravesando barreras urbanas, como las vías del tren, en donde además, le robaron tres veces. Entendió que había mucho por hacer y se metió de lleno en un mundo que hasta ese momento desconocía: la movilidad urbana.
“El gran problema que estamos teniendo hoy en día es que la movilidad no se considera un tema importante – plantea la Ingeniera Mariel Figueroa, hoy responsable del sistema de bicicletas públicas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires Ecobici – y se trata de una necesidad básica, todos los días tenemos que movilizarnos”.
Mariel cuenta que, hace unos años, cuando vivía en Rosario, antes de formar parte del Ente de la Movilidad y ser la coordinadora general de Mi Bici Tu Bici, fue parte de una oenegé. Se propusieron hacer un semillero ambiental, para generar interés en las personas sobre algunos temas. Se anotaron alrededor de 50 personas en residuos y energías renovables y solo hubo tres apuntados en movilidad. “Hay muchas más personas reciclando que andando en bicicleta. No estamos exigiendo esa ciudad que queremos”, agrega.
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Estación de Bicicletas Públicas de Rosario «Mi bici Tu bici» Ph. Sebastian Sierra
Durante el año 2010, la Municipalidad de Rosario convocó a la ciudadanía a opinar, debatir y consensuar acerca de la movilidad en la ciudad. La conclusión del proceso fue la firma del Pacto de la Movilidad de Rosario que, basicamente, marcó los lineamientos hacia dónde quería dirigirse la ciudad en términos de movilidad. En función de ese pacto, se creó en 2011 el Plan Integral de la Movilidad que a su vez definió los grandes proyectos del Ente: entre esos grandes proyectos estaba el Sistema de Bicicletas Públicas. Mi bici Tu bici salió a la luz en diciembre de 2015. Antes, y durante ese mismo año, desde el Ente propusieron una prueba piloto para testear la aceptación de los puestos de bicis públicas por parte de la ciudadanía y el último mes del año se lanzó el sistema definitivo con las primeras 18 estaciones. A diferencia de otros proyectos, el sistema de bicis públicas casi no tuvo detractores. Hoy hay 52 estaciones de bicis públicas, 135 kilómetros entre ciclovías y bicisendas a lo largo de toda la ciudad y alrededor de tres mil viajes por día.
“El sistema de bicicletas públicas parte de una política pública de fomento a la movilidad activa y sustentable. Da la posibilidad a la persona que tiene miedo o dudas, a probar y experimentar si le gusta andar en bicicleta, para después y como segundo paso, tener su bicicleta particular. Aparte, en términos económicos, no te conviene la bici pública, sobre todo ahora, con los aumentos de la nafta y del boleto de colectivo. Es un momento ideal para que más gente se suba a la bici”, dice Lisandro.
Lisandro se mueve en bicicleta. Los fines de semana va desde Rosario a Fisherton a visitar a sus amigos. Cree que Rosario tiene las características ideales para que la bici – temperatura anual promedio y extensión – sea un medio de transporte. Lisandro es médico y mientras busca una estadística en sus carpetas, enumera de memoria algunos de los beneficios que trae moverse en bici: “Es saludable, es un ejercicio cardiovascular diario, no contamina el aire, no hace ruido, ocupa poco espacio”.
“Personas andando en bicicleta siempre hubo, lo que pasa es que no los reconocemos como actores de la vía. La bicicleta pública viene a instalar el tema en los medios, viene con toda. De un día para otro se llena la ciudad de bicicletas naranjas y cuantas más personas haya andando en bicicleta, más seguro es para el ciclista y para las personas en general, porque se vuelven más seguras las calles. Y los otros actores ahora registran las bicicletas, ¡porque son muchas! Así funciona nuestra cabeza, y de alguna forma, por algo se tiene que empezar, es como el huevo y la gallina. ¿Por dónde empezamos? ¿Qué va primero?”, se pregunta Mariel.
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La doble traza, como le llaman a la recientemente inaugurada Avenida de la Costa, les costó a los rosarinos 43 millones de pesos. Según los estudiosos de la movilidad, es un caso de demanda inducida: al darle más velocidad, la gente elige moverse en auto, porque así llega más rápido al centro.
“La Municipalidad de Rosario tiene un discurso de movilidad sustentable, pero desarrolla un sinfín de medidas para la promoción del auto privado. El manual dice lo que tenes que hacer y hacen todo lo contrario: no bajan la velocidad de los autos, reglamentan el estacionamiento doble en muchas calles, permiten el estacionamiento gratis los feriados. Firmaron el Plan Integral de la Movilidad e hicieron la nueva Avenida de la Costa”, explica el Ingeniero Pablo Botta, miembro de la oenegé Soluciones Tecnológicas Sustentables (STS) y de Rosario en Bici.
Las publicidades de autos engañan a las personas: muestran un auto que circula solo, por una ruta vacía, como un símbolo de libertad e independencia, cuando la realidad de la mayoría de las ciudades de Latinoamérica es todo lo contrario. “Lo último que brinda un auto hoy – dice Pablo – es libertad e independencia. Lo que sí brinda es una montaña de costos fijos: patente, seguro, cochera, services, nafta”.
Para más de la mitad de los argentinos es difícil imaginar una calle sin autos. El auto se volvió masivo después de la Primera Guerra y de eso ya hace casi cien años. Cuando llegó, permitió que las personas se trasladen en menos tiempo, brindó un confort desconocido hasta el momento y se convirtió en un símbolo de estatus social. En una primera etapa, los autos eran pocos y compartían las calles con personas, usuarios de bicicletas, caballos y carros. Después y de la mano de la tecnología, la industria automotriz mejoró el rendimiento de los motores, logró mayores velocidades, más seguridad, mejor diseño, la producción creció y se volvió accesible a más y más personas. En el año 2017, Rosario ya tenía más de 700 mil autos patentados.
Mariel frunce el ceño y se lamenta por la obra de la doble traza que festejaron muchos rosarinos. Hace una analogía con el cinturón de un pantalón: hacer más carriles es como hacerle un agujero más al cinturón y seguir engordando.
“No alcanza con políticas públicas a favor de la bici, es necesario hacer menos atractivo el uso del auto y para eso hay que tomar decisiones que no son nada populares – afirma el colombiano Darío Hidalgo, Director Ejecutivo de la Fundación Despacio en el V Festival Ciudades Felices el pasado 15 de septiembre en el Mercado del Patio – subir el precio del combustible, bajar los límites de velocidad, prohibir la construcción de autopistas urbanas en la zona central, gestionar y cobrar el estacionamiento, dificultar el licenciamiento para conducir y que los autos que contaminan más, tengan que pagar más, son solo algunas de las medidas que tienen los países europeos”.
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Como todo derecho en disputa, la pelea por el espacio generó tensión entre los que ocupan la calle. Los conductores están disconformes, creen que se incorporó a un nuevo actor al tránsito, con mucha libertad y sin ninguna exigencia. Frente a la pregunta simple de ¿qué opinan de las bicis? hacen gestos, reparten culpas y responsabilidades, pero sobre todo hablan de la falta: falta de educación, falta de infraestructura, falta de vigilancia y control.
“Si esperás a que esté todo dado, no empezás más. Y si en el pasado no construimos nuestras calles pensando en peatones o en bicicletas, sino en autos, no podemos esperar a cambiar toda la ciudad. Con algo hay que arrancar y, por supuesto, que la infraestructura ciclista es fundamental, pero no es lo único, hay muchas acciones que se pueden dar”, explica Mariel.
Romina Díaz es taxista hace seis años. Recorre la ciudad de lunes a sábados y conoce al detalle los códigos que manejan los diferentes actores del tránsito. Sabe quién tiene el poder implícito de paso, tenga la derecha o no. Sabe de trucos y chicanas entre taxistas, conductores de autos particulares, colectivos o camiones. No cree que Rosario esté preparada para “tantas bicis”: “El problema para mí es la educación. Es una utopía perfecta, pero los rosarinos no estamos preparados para sumar tanta gente al tránsito”. Cuenta que las bicicletas la acorralan. De un lado están las bicisendas y del otro los ciclistas serpenteando entre los autos. “A veces circulan en contramano, otras veces doblan con el mismo envión y sin mirar, sinceramente creo que tengo un Dios aparte. Porque si los tocás, no importa que vengas en verde o no, la culpa siempre es del automovilista”.
Adriana Miranda es colectivera de líneas urbanas y opina que los ciclistas no son conscientes del peligro que corren. “Deberían prohibirle al ciclista que ande con los auriculares puestos, obligarlos a que usen casco y que se asesoren sobre la normativa. Tienen que tomar consciencia, porque si un vehículo de mayor porte los toca, les puede causar la muerte”, agrega Adriana.
El Ente de la Movilidad tiene un Manual del Ciclista disponible en su página web. En el manual recomiendan una serie de medidas como el uso del casco, las cintas reflexivas y las luces, sobre todo de noche. Pero son solo recomendaciones.
“El uso del casco es muy controversial – dice Luciano Acquaviva, Jefe de Operaciones de Smod, una firma rosarina que ofrece soluciones de movilidad para ciudades intermedias – Hay estudios que demostraron que el casco no reduce la siniestralidad de la bicicleta ni los daños a las personas. Si el ciclista se cae, casi nunca es mortal, y si un auto lo choca, el casco hace muy poco. Otro estudio demostró que en las ciudades en que es obligatorio, bajó el uso de la bici, y reducir el uso de la bici sí es peligroso, porque termina siendo un bicho raro, no genera masa crítica y, por tanto, no pacifica el tránsito”.
A Mariel la enoja cuando una persona manejando un auto le toca bocina o le grita algo porque va circulando en paralelo con otro ciclista o con auriculares. Desde el punto de vista del espacio ocupado, el auto ocupa el espacio de dos personas que circulan paralelamente, haya dos personas en el auto o no. “¿Por qué una cosa es ilegal y lo otro está autorizado? Solo porque está naturalizado. El auto escuchando música a todo lo que da sí está permitido, pero el ciclista no puede escuchar música o tener los auriculares por si lo llaman por teléfono. Que algo o alguien venga a cambiar nuestra forma, a querer mostrarnos algo diferente o a incorporar algo nuevo a nuestros hábitos, choca. Decidir moverse en auto es una decisión individualista que afecta a otros. En cambio, elegir la bicicleta es una forma de movilidad mucho más amena para la comunidad. Los cambios generan cuestiones internas que muy pocos tienen ganas de asumir”, explica Mariel.
“De parte del automovilista hay una idea que está construida en base a políticas que lo beneficiaron siempre. Hay un derecho que se siente adquirido y naturalizado que se empezó a cuestionar, por eso para mí la reacción es totalmente esperable – explica la antropóloga Marina Scialla, gerente de Relaciones Ciudadanas del Ente de la Movilidad de Rosario – El ciclista, hace uso de su bicicleta, no solo porque tiene la necesidad de movilizarse, sino que lo hace porque está pensando en otro uso del espacio público, en otra ciudad, en otra posibilidad de encuentro”.
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Tres conceptos caracterizan la movilidad del futuro: compartido, eléctrico y compacto. El primer aspecto tiene que ver con que muchas personas ya no quieren tener la propiedad de los vehículos, porque ya no le encuentran sentido a afrontar los costos que genera. El segundo punto, hace referencia a que cada vez hay más vehículos eléctricos como bicicletas, patinetas, monopatines, colectivos y autos. Y el tercer punto, tiene que ver con un dato que es revelador: el 80 porciento de los desplazamientos se hacen en colectivo, a pie o en bicicleta y el 20 porciento restante en auto, mientras que se invierten los números al evaluar el espacio que cada grupo ocupa.
“Lo ideal es que todos seamos conscientes de las consecuencias que tienen nuestras decisiones. La decisión de vida de cada uno afecta al resto de la sociedad y creo que eso es lo que nos falta aprender. No es fácil entender que estamos condicionados por el resto y que no somos libres de hacer lo que queramos, ¿por qué? ¡porque vivimos en sociedad!”, concluye Mariel.
David Byrne, líder de la banda Talking Heads, en su libro “Diarios de Bicicleta” dice que no anda en bicicleta por todos lados porque sea ecológico o digno de elogio. Lo hace, simplemente, por el sentido de libertad y el placer que le da. En su paso por Argentina, hace más de una década se preguntó: ¿Llegaré a descubrir por qué nadie se mueve en bici en estas ciudades? ¿Hay alguna explicación oculta y secreta a punto de revelarse ante mí? ¿O soy un estúpido ingenuo? ¿Es por lo temerario del tráfico, por el elevado número de robos, por lo barato de la gasolina o porque el coche es un símbolo imprescindible de estatus? Hoy Byrne se sorprendería al encontrarse con una realidad distinta y en constante cambio. El avance es enorme, aunque falta mucho por hacer. Es cuestión de decidirse.-
Usuario de bici circula por la calle Urquiza de la ciudad de Rosario Ph. Sebastian Sierra
«There’s a crack in everything. That’s how the light gets in» – Leonard Cohen [Todas las cosas tienen una grieta. Así es como entra la luz.]
Para las personas que leemos mucho, los libros y sus autores, son algo especial. Por eso, suelo tener claro, más o menos cuándo conocí a tal autor o autora, quién me dio el dato o cómo llegué a su obra. Y es raro, pero en el caso de Brené Brown, no puedo acordarme. Tengo la sensación de que me acompaña hace varios años, pero fue recién a principios de 2018 cuando me encontré con Rising Strong en una librería de Los Ángeles.
Cuando llegué al hotel, la googleé y supe que había escrito dos libros anteriores a ese, en una especie de saga. Así que lo dejé, busqué la versión kindle de alguno de los anteriores y encontré el segundo, El poder de ser vulnerable. Pero, por alguna razón, no estaba en sintonía para esa lectura y a los pocos días lo dejé. Ocho meses después, viajé por primera vez a la India y en el vuelo de ida lo retomé: Brené me hablaba exactamente de los pensamientos y las emociones que el contexto y las vivencias del viaje despertaban en mí. Fue un lugar donde me senti vulnerable y agradecida, vulnerable y agradecida, tantas veces y en loop. ¿Será que los libros nos encuentran y se hacen visibles a nuestros ojos cuando los necesitamos como compañeros de viaje? Yo creo que sí.
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Desde que Brené me enseñó qué es ser vulnerable y por qué es tan importante que nos animemos a identificar y a sentir la vulnerabilidad cuando nos atraviesa, mi manera de ver mis desafíos diarios cambió para siempre. Aprendí que sentirme expuesta, vulnerable, sin control de los resultados, hasta incluso criticada e inundada de vergüenza, es muchas veces el pasaje necesario para vivir una vida genuina y conectada. Este concepto cambió también mi manera de entender el coraje y la valentía desde una visión más integral, sabiendo que viene de la mano de sinsabores y que es justo en esos valles donde está el mayor aprendizaje. Repasé mi vida hacia atrás en hitos, haciendo foco en tantos momentos en los que fui valiente, me mostré y fui rechazada, en los que probé y sentí el fracaso y entendí que en todos, con un poco más o menos de tiempo, salí a flote. Y siempre fue para mejor: cada vez fui una mejor versión de misma. Ese repaso me hizo sentir fuerte, sobre todo por la búsqueda incesante, el esfuerzo y la resiliencia a las emociones más difíciles, como el miedo y la vergüenza. Ese viaje en el tiempo hizo que me aceptara. Y terminó de convencerme, que lejos de escaparle a la vida, creyendo que puedo evitar al sufrimiento, elijo cultivar el coraje para encarar mis proyectos con mas confianza. Ese es mi desafío para el 2020 y recién hoy lo descubro.
Casi un año después del viaje a India, volví a encontrarme con Brené, por consejo de la talentosísima May Groppo, pero esta vez con el número uno de la saga: Los dones de la imperfección. Y es sobre este libro en particular que quiero hablarles, porque creo que es una lectura que suma y mucho. El subtítulo es el siguiente: Libérate de quién crees que deberías ser y abraza a quién realmente eres, ¿les suena?. Si, tiene algo de frase armada, pero creo que en algún punto a todos nos toca y que vale la pena revisarlo. A pesar de que es un proceso que vengo llevando adelante hace varios años, cuando lo leí me resonó y eso para mi fue una señal de que todavía me queda trabajo por hacer. Ustedes sabrán si hizo eco adentro suyo o no.
En este libro Brené hace una introducción sobre lo que ella llama Vivir de todo corazón, para lo cual es necesario desarrollar los tres dones de la imperfección: el coraje, la compasión y la conexión (¡sí, en español todo rima!). Seguido de eso enumera, cuestiona y derriba diez hitos formados por todo aquello que se interpone en el camino: la preocupación sobre lo que piensan los demás, el perfeccionismo, el entumecimiento a través de las adicciones, la sensación de no tener suficiente, la necesidad de certidumbre, las comparaciones, el agotamiento como símbolo de estatus y la productividad como medida de la valía personal, la preocupación como estilo de vida, la falta de confianza en sí mismo y la necesidad de no perder nunca el control. ¡De nuevo, ¿les suena?!!! Yo quise sumergirme en el libro, sentí que me estaba hablando a mí y que todo lo que hace ruido e interfiere nuestros procesos de golpe estaba reunido en un solo libro. Claramente son temas no resueltos, no sé si para todos, pero sí para mucos: Los dones de la imperfección fue traducido a treinta y dos idiomas, la charla TED de Brené es una de las más vistas del mundo y publicó una de sus conferencias en Netflix. Definitivamente, su deseo de instalar temas como la vergüenza y el miedo en la discusión global, se hizo realidad.
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Sin ánimos de spoilear les voy a dejar siete citas sobre este libro que le regalaría a cada una de las personas que quiero: «La vergüenza odia que tendamos la mano y contemos nuestra historia a otras personas. Detesta que la expresemos con palabras, porque no puede sobrevivir si la compartimos con los demás. Lo que a la vergüenza le encanta es el secretismo y por esa razón, lo más peligroso que podemos hacer después de sufrir una experiencia vergonzante es intentar esconder o enterrar nuestra historia. Cuando lo hacemos, la vergüenza experimenta una metástasis«.
«La esencia de la compasión es, en realidad, la aceptación. Cuanto mejor nos aceptamos a nosotros mismos y a los demás, más compasivos nos volvemos. Pero resulta difícil aceptar a las personas cuando nos están haciendo daño, cuando se están aprovechando de nosotros o cuando nos están pisoteando. Por eso, esta investigación me ha enseñado que, si realmente queremos practicar la compasión, tenemos que empezar a establecer límites y a responsabilizar a las personas por sus conductas».
«Encajar significa evaluar una situación y convertirnos en lo que hay que ser para que nos acepten. Pertenecer, en cambio, no nos exige cambiar lo que somos, nos exige ser lo que somos».
«El amor no es algo que demos u obtengamos, sino algo que nutrimos y cultivamos, una conexión que solo puede crecer en tres dos personas cuando ya existe dentro de cada una de ellas».
«La autenticidad es un conjunto de decisiones que tenemos que tomar cada día. Es la decisión de ser reales y mostrarnos tal cual somos. Cuando elegimos ser leales a lo que somos la gente que nos rodea tiene que hacer un esfuerzo para entender cómo y por qué estamos cambiando. No merece la pena sacrificar lo que somos en favor de lo que otros puedan pensar. Aviso: si comercias con tu autenticidad en aras de tu seguridad, puedes experimentar los siguientes síntomas: ansiedad, depresión, trastornos alimentarios, adicciones, rabia, culpabilidad, resentimiento y amargura».
«Comprender la diferencia entre esfuerzo saludable y perfeccionismo es básico para soltar el escudo y recobrar la vida. Las investigaciones revelan que el perfeccionismo obstaculiza el éxito y conduce a la parálisis vital: es decir, todas las oportunidades que perdemos porque nos asusta mostrar al mundo algo que podría ser imperfecto».
«Después de años de investigación, he llegado a la conclusión que todos entumecemos e intentamos suavizar nuestras emociones. Lo importante es determinar si el hecho de comer/beber/gastar/jugar/ser perfeccionista/trabajar sesenta horas por semana nos impide alcanzar nuestra autenticidad, si no nos deja ser emocionalmente honestos, establecer límites y sentir que ya basta».
No tengo nada en contra de los libros de autoayuda, pero estos libros, de autoayuda tienen solo el título. Brené investiga científicamente las emociones. Si, hace ciencia. Utiliza el método de la investigación cualitativa, que a diferencia de la investigación cuantitativa, sustentada en pruebas y estadísticas, se ocupa de encontrar patrones. Dentro de la metodología cualitativa, Brené utiliza la teoría fundamentada, que se basa en partir de la menor cantidad posible de ideas preconcebidas y asunciones previas para elaborar una teoría solo a partir de los datos que surgen en el proceso. Esos datos surgen de extensas entrevistas y recopilaciones de historias personales: ya tiene más de diez mil historias recolectadas. ¿Por qué les cuento esto? Porque cómo y a partir de dónde surgen sus conclusiones, hace que sus libros sean diferentes.
Hasta el momento leí cuatro libros de Brené y para mí fueron reveladores. Si no la conocen, mi recomendación es que empiecen con los Dones de la imperfección y sigan con El poder de ser vulnerable. Uno de sus primeros se llama Pensé que solo me pasaba a mí, otro es Desafiando la tierra salvaje: la verdadera pertenencia y el valor para ser uno mismo. Si quieren más, ustedes mismos sabrán cuál será el próximo.-
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Brené Brown es licenciada en filosofía y en trabajo social. Es profesora de investigación en la Facultad de Trabajo Social de la Universidad de Houston y hace veinte años que busca las respuestas a preguntas tales como: ¿Cómo nos implicamos en nuestra vida desde una postura auténtica y con la sensación de valía personal? ¿Cómo cultivamos el coraje, la compasión y la conexión necesarios para aceptar nuestras imperfecciones y reconocer que somos suficientes tal cual somos? ¿Cómo nos afectan la vergüenza y el miedo? ¿Cómo es vivir una vida con todo el corazón?
Hace quince días que Uma, mi perra – una Yorki de trece años – se descompensó a raíz de una pancreatitis y a partir de ese día estuve haciendo lo imposible para sacarla del cuadro en el que estaba, con las directivas de dos veterinarias genias que me ayudaron a armar una enfermería en casa. Me enseñaron a pasarle suero, inyectarle antieméticos, calcular dosis de antibióticos, protectores gástricos, vitaminas y minerales. Esta fue la razón por la que la que la carta número tres se demoró tanto. Toda mi energía – que no era mucha, porque desde que Uma se enfermó, dormí cortado – estuvo concentrada en su recuperación. Pensé, mientras los días pasaban y yo no me sentaba a escribir esta carta que les había prometido sobre mi consumo cultural de cuarentena, que esto no hubiese sido viable en la mayoría de los trabajos. Uno no puede tomarse (no digo quince) unos días porque su perro se enfermó. Y los perros merecen que uno haga todo para que recuperen su salud. Estos seres hermosos dan amor, compañía, cariño y calor todos los días. No tienen días malos ni mal humor. Agradezco haber podido seguir el impulso de hacer todo lo que estuvo a mi alcance para que Uma se vuelva a sentir bien, aunque me haya costado muchísimas horas, idas y venidas a la veterinaria y a la farmacia, cansancio, desatención sobre todo lo demás. Dejé de pensar en muchas cosas que pensaba en mi vida diaria de cuarentena. Fue como una cuarentena dentro de otra cuarentena. Un párate dentro de otro párate, y me dejó aprendizajes y reflexiones, por supuesto. Hace dos días que la salud de Uma está mejor y espero que, aunque sea de a poquito, vuelva a su vida normal. Gracias por la espera.
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Voy a empezar la
lista con Austin Kleon. ¿Lo conocen? Es probable que si. Tiene varios libros
escritos y sus tapas son inconfundibles. Uno de ellos se llama Roba como un
artista. Las 10 cosas que nadie te ha dicho acerca de ser creativo, y créanme
es oro puro.
Austin tiene un blog y un newsletter semanal al que estoy suscripta. Se autodefine como the writer who draw. Su obra se hizo masiva cuando publicó su primer libro The Newspaper Blackout Poem, un compilado de poemas creados de la siguiente manera: en una hoja cualquiera de un diario en papel elige las palabras que le gustan, las encuadra y tacha el resto. Les dejo un ejemplo:
Y otro más:
Está rebueno para
probar qué sale, ¿no? Pueden buscar algún diario viejo que tengan en su casa, o
pasar por un kiosco y comprase el del día. Con un café o te en la mesa, en vez
de leer la lista de malas noticias que suelen publicar, armen un poema. Hay una charla TED de él también, por si
quieren saber más de su historia.
Vete para poder
volver es uno de los capítulos de otro
de sus libros llamado Aprende a promocionar tu trabajo. Kleon cita a sus
gurúes, en este caso al diseñador Stefan Sagmeister. “Stefan es un creyente del
poder del año sabático. Cada siete años, cierra su estudio y se toma un año
libre. Su teoría es que, si dedicamos unos 25 años de nuestras vidas a
aprender, los 40 siguientes a trabajar y los últimos 15 a estar retirados, es
mejor usar cinco de los años de retiro e intercalarlos en los años de trabajo.
Sagmeister afirma que los años sabáticos se convirtieron en un recurso
extremadamente valioso en su trabajo: “todo lo que hemos diseñado en los siete
años que han seguido al primer sabático, hunde sus raíces en el pensamiento
desarrollado durante esa interrupción”.
¿Puede que sean las ganas de tomarme un sabático? Tal vez sí. Pero, además de eso, este aporte de Kleon me llamó la atención porque esta cuarentena tuvo algo de eso. Tuvimos unos quince o veinte días con la rutina completamente interrumpida y la cabeza se limpió de la rueda constante de pensamientos y objetivos, para dejar lugar a nuevas reflexiones, pensamientos y balances, que en mi caso fueron positivos, ¿les pasó algo así?
“Como es obvio, un
año sabático no es algo que puedas hacer sin preparación previa. Sagmeister
explica que su primer sabático le llevó dos años de planificación y ahorro, y
avisó a sus clientes con un año de antelación. La realidad es que la mayoría de
nosotros no gozamos de la flexibilidad necesaria en nuestras vidas como para
dejar nuestro trabajo durante un año. Afortunadamente, sin embargo, sí podemos
tomarnos sabáticos prácticos: de un día, una semana o varios meses de total
desconexión”.
Cada uno a su
manera, porque siempre hay una forma. Y más allá del consejo de Kleon, la
cuarentena nos mostró que bajar la velocidad, salirse de la maratón y esperar
al costado un par de días, funciona.
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Como les conté en la Carta Número Dos, en los primeros días de la cuarentena hice un curso de respiración. El aislamiento hizo que el curso que quería hacer hacía un tiempo estuviera disponible online y dictado por Soledad Simond. Sole es periodista, directora de la revista Ohlalá y coach del Arte de Vivir desde hace más de diez años. Además, es influencer (@solesimond en IG) y una gran storyteller. Hace muchos años, cuando empezó a interesarme el mindfulness y la respiración consciente leí su primer libro Yo Respiro. En ese momento no sabía sobre su historia, ni que era periodista. Me conquistó – supongo – el título del libro. Fue mi primer acercamiento a la respiración consciente, el primer paso de un camino que llega hasta hoy y espero que siga. Empezar de Nuevo es su segundo libro. Sole cuenta su propia historia: después de una ruptura amorosa, de muchos años de noviazgo, con casa, patio y perro, la relación se termina y ella tiene que empezar de nuevo. En su libro habla sobre cómo atravesó el duelo, no solo de su compañero de vida, sino de la escenografía en la que sus días se desarrollaban: casa, barrio, mascota de él, hijo de él, rutinas, horarios, ruidos, aromas, hasta líneas de colectivo. En ese momento, todo se vuelve una razón para recordar y traer la nostalgia al centro la mente. Sole comparte todo el aprendizaje que le dejó ese viaje y es muy fácil sentirse identificado y crecer a la par suya: todos pasamos por una pérdida, un cambio, una situación límite. Me anoté al curso. Que lo dictara ella era un plus. Aprendí un montón de cosas, conecté con personas hasta el momento desconocidas a través de Zoom y me quedé con un Sudarshan Kriya para hacer en casa todos los días: una combinación de ejercicios de respiración que desinfectan la mente del hollín diario y la recargan de energía. Si les resuena esto, hagan ese curso o alguno similar, es una herramienta súper valiosa. También hicimos clases de yoga y me quedé súper enganchada. Quise aprender más y encontré en la biblioteca un libro de mi suegra: Por siempre joven, por siempre sano de Indra Devi. También, una historia de vida con muchísimo contenido valioso sobre India, el Yoga y su historia, las asanas, los beneficios para el cuerpo, la mente y el espíritu y lo más importante: cómo acoplarlo en la rutina de un occidental. Indra Devi escribió varios libros, este es uno de sus primeros y es una forma ligera de entrar en el gran mundo del Yoga y las yoguinis.
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Y para descansar un poquito la vista, quiero
contarles de dos podcasts que estuve escuchando en los días de encierro.
Unlocking us es el podcast de nuestra querídisima Brené Brown. No sé si hablarles de algún episodio en particular o dejarles solo estas dos oraciones así lo escuchan completo.
Les adelanto: uno de los episodios que más me impactó fue con la escritora Glennon Doyle. Yo no la conocía, ahora la sigo en Ig y es un hallazgo. Brené la entrevista porque hace muy poco publicó Untamed, su nuevo libro, que ya está en mi lista de pendientes. No sé si hay modo de contarles sobre este capítulo sin spoilear. Es una historia de vida muy intensa y una transformación personal increíble, tengo todo el presentimiento de que ese libro debe ser una bomba de energía de vida. Escuchar a su autora charlando con Brené me dejó esa sensación.
En otro de los episodios, Brené charla con Alicia Keys. También, historia inmensa de vida. Hace poquito salió su tercer libro y es su autobiografía. Se llama More myself, a journey. También, fue a la lista.
Por último, habló con Celeste NG, una autora de ficción que acaba de publica Little Fires Everywhere, una novela sobre la maternidad, los pros, los contras y el aprendizaje de que todos los grandes momentos de la vida te sacan algo que querías, el famoso y tan importante tradeoff. Me encantó.
Y, saliendo un poquito del desarrollo personal para pasar a la literatura Borges: una introducción es el podcast en el que Santiago Llach, escritor, poeta – y mi profe de taller literario – habla sobre Jorge Luis Borges, su vida, los temas que elige en sus poemas, los dos momentos marcados de su literatura, por dónde empezar a leerlo, qué esperar. Ya sé que pensar en leer Borges asusta muchas veces, es un autor complejo, con muchas referencias y que requiere concentración. Pero el modo en que Santiago lo aborda derrumba esa expectativa errada. Es una charla entre personas que lo leyeron muchísimo – Pedro Mairal, Beatriz Sarlo – personas que lo admiran y lo desmenuzan para los que todavía no lo desciframos. Sentí la necesidad de ir en busca de alguno de sus cuentos para meterme de lleno en su universo, que sigue siendo después de tantos años, único y novedoso.
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Además del newsletter de Kleon, recibo algunos
otros. Entre esos otros ahora estoy leyendo dos con muchas ganas:
Intranquilas & venenosas: Una charla por mail entre Tamara Talesnik y Olivia Gallo, ambas escritoras argentinas, en el que hablan sobre todo lo que está pasando y cómo vamos mutando los humanos en estos días de encierro. Para suscribirse es acá.
Un newsletter mensual sobre creatividad en el que Carla Bonomini, una argentina viviendo en Berlín (minicarbono es el IG) recomienda tendencias creativas, principalmente audiovisuales. Cortos, películas, series que están recién saliditas del horno, que capaz ni sabemos que están online, pero que ya hicieron revuelo en el mundo creativo. Para recibir este refresh mensual, se anotan acá.
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Por último y no menos importante quiero dejarles cinco temas que escuché muchísimo estos días, que me acompañaron haciendo más calmo el exceso de calma que había afuera y calmando la falta de calma que tenía adentro, sobre todo, los primeros días de esta tan novedosa pandemia.
Wildflowers – Tom Petty
American Pie – Don McLean
Sweet Child O Mine – Captain Fantastic Soundtrack
Red – Mt Wolf
Gross – Phela
Dolce Far Niente – Heddwch
Little Piece of Nothing – Dave Thomas Junior
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Con la obligación de quedarnos en casa me hice fan de cosas nuevas, pero de una principalmente: los autodescubrimientos. Me refiero a esas revelaciones sobre nosotros mismos, sobre eso que nos gusta y eso que ya no – o nunca – nos gustó, lo que queremos en nuestra vida y lo que no, la caída de los velos sobre eso que estábamos tan seguras y que ya no. En mi caso particular, descubrí hábitos, me puse a prueba y encontré formas de cómo seguir una vez que esto se termine. Me encantaría que me cuenten sobre esos momentos, estoy segura de que los tuvieron.
Y lo último de lo último: ¿Hicieron alguna vez dulce casero? Prueben. Elijan cualquier fruta que haya en su heladera o en su mesada, corten en cubitos y pongan a calentar a fuego lento. Cuando ya esté blandito agregan azúcar. No sé medidas exactas, pero son dos partes de fruta y una parte de azúcar. Mezclen. Guarden en frasquito de vidrio en la heladera y estrenan mañana en el desayuno.
¡Buen
finde!
Alida
Esto lo escribí cuando Uma había repuntado un poquito. A los tres días, Uma se fue al cielo de los perritos, en mis brazos dejó de respirar. Pero ella, su historia y su final merecen una publicación aparte, que seguro tomará forma en unos días. Una sola cosa: tengan perros.
Como te anticipé hace unos días, en estas cartas voy a contarte mis descubrimientos. Así le llamo a los libros y los autores (la música y las series) que me acompañaron (y me siguen acompañando) en esta cuarentena y con ellos las reflexiones que me tocaron la puerta.
Pero, antes que nada, voy a revelarte una técnica muy efectiva.
Tengo la costumbre de buscar ayuda en mis libros. Ayudas puntuales. A veces siento que es como tirarme el tarot. Funciona así: me paro bien enfrente de mi biblioteca, respiro profundo y miro fijo adelante de mis ojos. Camino despacito de un extremo al otro del mueble, quiebro el cuello hacia atrás para ver los que están más altos y observo cada lomo minuciosamente. De golpe, mi vista se detiene en uno de ellos. Lo saco de entre sus compañeros de estante y lo abro al azar: la primera frase que leo me trae un mensaje del más allá. Es pura magia.
Un martes o miércoles de encierro, me paré enfrente de mi biblioteca y casi al mismo tiempo me eligieron tres. El primero fue Fluir: una psicología de la felicidad de Mihaly Csikszentmihalyi, un escritor del que me compadecí imaginándomelo deletrear su apellido. El segundo se llama Ikigai Esencial, del japonés experto en neurocienciencias Ken Mogi y el tercero Lecciones de Vida de Elisabeth Kübler Ross, una médica suiza que se mudó a Estados Unidos para doctorarse en pediatría, pero terminó siendo psiquiatra y dedicando su vida a hablar con cientos de moribundos para documentar de un modo que no se había hecho hasta el momento, cómo son esos minutos previos a morir. A primera vista, no tenían nada en común. Pero como creo que todos los libros – en verdad, todas las cosas – tienen algo que las une, me quedé con los tres arriba de la mesa y empecé a buscar el hilo conector.
Lo primero que encontré es que los tres autores habían atravesado situaciones y contextos de guerra y posguerra y que – salvando las distancias que todos sabemos – las circunstancias que describían se parecían en mucho a esta situación de encierro e incertidumbre que habitamos.
Elisabeth, al ser médica, en un contexto de guerra y colapso sanitario, se enfrentaba a las peores situaciones, estaba separada de su familia, trabajaba en circunstancias excepcionales, con sanatorios abarrotados de personas enfermas y lastimadas y con el número de muertos aumentando exponencialmente. El señor del apellido difícil (por suerte Google me proveyó la pronunciación: ¡Chik-sent-mijayi!), como psicólogo, analizaba el daño causado por la guerra en la conciencia colectiva, así como las sugerencias por parte de las diferentes religiones y prácticas espirituales para que los ciudadanos mantuvieran la calma y jamás abandonaran la esperanza de que el tiempo iba a recomponer sus vidas: por ejemplo, pintar los mandalas de la religión hinduista era una forma de «lanzar al cielo» pensamientos y sentimientos armoniosos como un intento de recuperar el sentido de la vida luego del caos. (Hoy tenemos a decenas de yoguis y guías espirituales y religiosos de todo el mundo, pidiendo que mantengamos prendida la luz al final del túnel, aunque no la veamos todavía, porque es la única manera de que salgamos ilesos: que conservemos y cultivemos la calma interior, que no consumamos noticias 24/7 y que seleccionemos con cuidado los mensajes, los videos catastróficos y las teorías conspirativas que llegan a nuestros ojos, oídos y corazones). Y el especialista en neurociencias Ken Mogi proponiendo la búsqueda del Ikigai como una pieza fundamental que permitió a un Japón desvastado por causas naturales y humanas volverse una nación próspera y más equitativa. Cuanto más leía más conexiones encontraba. Cada uno desde su perspectiva me aportaba una herramienta, de la cual hacer uso para afrontar lo mejor posible este período y los cambios por venir.
Lo que hice fue seleccionar uno o dos párrafos de cada libro, algo que me haya dejado pensando y que, a lo mejor sirva (sobre todo) en este contexto.
Vamos al primero: «Fluir – una psicología de la felicidad» tiene el nombre pero no el contenido de un libro de autoayuda. No es que no consuma autoayuda, al contrario, por eso sé que este no pertenece a ese grupo. Mihaly, vamos a llamarlo por su primer nombre, habla de la felicidad, pero desde la ciencia, partiendo desde una postura hiper realista de los comportamientos humanos y de la naturaleza que nos rodea.
Pero, ¿qué es fluir? “Sabemos que es eso que ocurre en nuestro cuerpo y nuestra mente cuando hacemos alguna actividad, en la que estamos tan involucrados, que el tiempo parece desaparecer (y con él cualquier conflicto emocional que ande dando vueltas)”. Lo que “descubrió” Mihaly es que la felicidad no es algo “que sucede”. No es el resultado de la buena suerte o el azar, no es algo que pueda comprarse con dinero o con poder, ni parece depender de los acontecimientos externos; sino de cómo los interpretamos.
Por eso, examina el proceso de «conseguir» felicidad gracias al control de nuestra vida interna. “Todo lo que experimentamos – gozo, dolor, interés o aburrimiento – se representa en la mente como información. Si somos capaces de controlar lo que sucede en nuestra conciencia, momento a momento, podremos decidir cómo será nuestra vida”. No es que sea fácil, sobre todo en momentos de tristeza o incertidumbre, pero ser conscientes de que podemos elegir qué pensamientos sí y cuáles no queremos que estén paseando por nuestra conciencia es un avance. La clave está en la repetición, llega un momento en que ese control ocurre automáticamente. “Las personas que saben controlar su experiencia interna son capaces de determinar la calidad de sus vidas y eso es lo más cerca que podemos estar de ser felices”.
Tal vez por el momento que estábamos atravesando, otra de las partes del libro que más me llamó la atención se titula «El derroche del tiempo libre». Mihaly plantea una paradoja: «Muchas de las personas que anhelan dejar su lugar de trabajo y llegar a su casa para disponer de su duramente ganado tiempo libre, suele no tener ni idea qué hacer». Tengo una amiga que trata este tema con su psicólogo bastante seguido, como si tuviera la necesidad o la obligación de tener un hobby o de hacer algo en ese tiempo libre (disfruta tanto de su trabajo que no puede dirigir su energía psíquica en ninguna otra actividad). Mihaly dice que esto es super lógico, ya que el trabajo tiene algunas características de las actividades de flujo: tiene metas, retroalimentación, reglas y desafíos, todo lo cual hace que uno se implique, se concentre y se pierda en él. El tiempo libre, en cambio, no está estructurado, requiere de un esfuerzo mayor para convertirse en algo que pueda disfrutarse.
«La industria del ocio que ha aparecido en las últimas generaciones está diseñada para ayudarnos a llenar nuestros ratos libres con experiencias agradables. No obstante, en vez de usar nuestros recursos físicos y mentales para experimentar flujo, la mayoría de nosotros pasamos muchas horas cada semana viendo cómo famosos atletas compiten en estadios enormes. En vez de elaborar música, escuchamos los discos de platino de músicos consagrados. En vez de crear arte, vamos a admirar las pinturas que obtuvieron los precios más altos en las últimas subastas. No corremos riesgos, pero pasamos muchas horas cada día viendo películas o series con actores que fingen tener aventuras y que se comprometen, de mentira, en acciones significativas. Esta participación indirecta es capaz de enmascarar, por lo menos temporalmente, el vacío subyacente a la pérdida del tiempo. La experiencia de flujo que resulta del uso de nuestras habilidades conduce al crecimiento; la diversión pasiva no conduce a ninguna parte. Absorbe energía psíquica y nos deja más desanimados de lo que estábamos antes. Colectivamente, derrochamos cada año el equivalente de millones de años de conciencia humana«. Este tema me conectó a su vez con una de mis escritoras maestras May Groppo: en un audio sobre la autoconfianza plantea algo que todos sabemos pero que a lo mejor no nos preguntamos tan seguido: “¿No les parece un poco ridículo que tengamos carpetas en Pinterest sobre alacenas inmaculadamente rotuladas y no dediquemos tiempo a ordenar nuestra propia casa? ¿No les parece raro que nos pasemos mirando varias veces al día cuentas de Instagram de vidas perfectamente filtradas y no pasemos tanto tiempo caminando por nuestro barrio o viendo a gente que queremos?”.
Me quedé pensando en esto que dice Mihaly sobre las películas o las series y me sentí un poco estúpida. Que nadie se meta con el cine o con la música, pero se entiende el punto. Lo que intenta el autor es hacernos conscientes de que dejemos de ser espectadores de vidas ajenas y que, en cambio, pongamos nuestras habilidades en marcha. Y si decidimos consumir pasivamente, que ese tiempo deje una huella, una reflexión. Pero, … ¿y las novelas que leemos, deberíamos escribirlas? ¿qué entra y qué no en este consumo pasivo? No sé si hace falta ir tan lejos ni a los casos concretos. Una más,… ¿y el dolce far niente?
Si saltamos de Italia a Japón, nos metemos dentro del segundo libro. Ken Mogi propone una búsqueda interior: el Ikigai. ¿Qué es el ikigai? Es la manera que los japoneses llaman a ese algo «por el que levantarnos todos los días » o «lo que da sentido a la vida» y que, a su vez, abarca un conjunto de valores, que se transmite como un mantra de generación en generación. Tiene cinco pilares: 1. Empezar con humildad 2. Renunciar al ego 3. Buscar la armonía y la sostenibilidad 4. Encontrar placer en los detalles 5. Ser consciente del momento presente.
Quien tiene un por qué vivir puede soportar casi cualquier cómo.
Friedrich Nietzsche
Ken Mogi, trae historias reales de personas comunes de Japón para explicar como se algunos de estos pilares en la relaciones, en el trabajo y en la vida en general. Hay algo que me llamó especialmente la atención. Parece que en los aeropuertos de Japón, es común ver a los manipuladores de equipaje y al personal del aeropuerto hacer una reverencia y despedirse de los aviones que despegan. Y esto tiene una razón de ser: “Dan por sentado que lo religioso influye en el contexto no religioso de la vida cotidiana. Aunque la mayoría no esté al corriente, la idea de los ocho millones de dioses que tiene el sintoísmo y el hecho de que los japoneses vean deidades en cuanto los rodea, desde los seres humanos a los animales y las plantas, de las montañas a los pequeños objetos de uso común, seguramente contribuye a que así lo entiendan. Cuando un japonés dice que cree que hay un dios en un objeto de la casa, lo que expresa es la necesidad de tratar con el debito respeto a ese objeto, no que Dios, creador de todo el universo, esté milagrosamente encapsulado en ese pequeño espacio. Las actitudes se reflejan en los actos. Alguien que cree que hay un dios dentro de un objeto enfoca la vida de manera muy diferente a quien no lo cree”.
Me gusta cuando las religiones crean sentido y conexión. La cuarentena nos dejó solos con nuestras personas más cercanas, animales, plantas y objetos. De algún modo, nos vimos la cara todos los días durante muchas más horas de lo que estábamos acostumbrados. Lejos de hacer un foco materialista de la vida, el ikigai nos enseña a apreciar de un modo distinto los objetos con los que nos relacionamos todos los días.
Y, por último, Lecciones de Vida. Es un libro particular, que puede no interesarle a todo el mundo, pero que sin dudas te deja pensando: hay una mezcla justa de realismo y misticismo. Por un lado, es un modo de hablar sobre la muerte, sus momentos previos, con testimonios de muchas personas que hicieron conscientes sus últimos días y los asumieron de diferentes maneras. Por el otro, los testimonios de las personas que tuvieron contacto con ese otro mundo que hay después y que por alguna razón, volvieron. Entre las muchas lecciones que deja, una habla del tiempo. “Nuestra vida está regida por el tiempo. Vivimos por él y en él. Y, por supuesto, morimos en él. Creemos tener el poder de ahorrar tiempo y de perderlo. No podemos comprar tiempo, y sin embargo, hablamos de gastarlo. Mientras el tiempo pasa, todo cambia. Cambiamos interiormente, cambiamos exteriormente. En verdad, nuestra vida cambia constantemente, pero no nos gusta el cambio. Incluso cuando estamos preparados para ello, solemos resistirnos […] El cambio puede ser nuestra compañía constante, pero no lo consideramos un amigo. El cambio nos asusta, porque no somos capaces de controlarlo. Los cambios que sobrevienen nos resultan incómodos, nos hacen sentir como si la vida fuese en la dirección equivocada. Pero, nos guste o no, el cambio ocurre y, como la mayoría de las cosas en la vida, no es que nos ocurra a nosotros: simplemente sucede”.
En la vida, siempre que una puerta se cierra, otra se abre, pero los pasillos son el tormento
Ronnie Kaye
A veces, no es lo viejo o lo nuevo lo que nos acobarda: es el tiempo que transcurre entre ambos. Así es como opera el cambio, pareciera haber un patrón: comienza con una puerta que se cierra, un final, una culminación, una pérdida. Después inicia el período incómodo, una etapa de duelo en la que experimentamos la incertidumbre por lo que vendrá. Este período de desasosiego es el más duro. Pero, precisamenre cuando creemos que no podemos tolerar más, surge algo nuevo: una reestructuración, una inversión, un nuevo comienzo. Se abre una puerta. Si te resistís al cambio, vas a estar resistiéndote toda la vida. Esa es la razón la que necesitamos encontrar la manera de darle la bienvenida o al menos, aceptarlo.
Y esto, inevitablemente me llevó a una reflexión que publicó en Instagram otra de mis escritoras gurúes Elizabeth Gilbert: “No hay ninguna especie en este planeta que sufra más ansiedad frente al cambio que los seres humanos. Nos aterroriza la incertidumbre y sufrimos constantemente el miedo al cambio y a, su vez, no hay otra especie en el mundo que tenga la capacidad de adaptarse más al cambio, que los seres humanos. Es una paradoja fascinante y se ve a lo largo de todo el mundo en estos días. El shock y el terror continúan, pero hubo una adaptación rapídisima por parte de la gente a esta nueva realidad que nos toca vivir. Si hubiesemos pensado hace un mes atrás que las personas tenían que estar a un metro de distancia en las grandes ciudades, nos hubiese parecido imposible. Piensen en las situaciones de la vida en las que fueron capaces de adaptarse, a pesar del terror que les causaba la sola idea de que ocurriesen. Eso que no querían que pasara, pasó, y el cambio ocurrió dentro suyo”.
No paré de sorprenderme al ver cómo cada nuevo capítulo que leía me llevaba al momento presente, me daba una herramienta nueva, me hacía pensar que todo está conectado. Entréguense a la magia y vean qué tiene alguno de sus libros para contarles hoy. Parense enfrente de su biblioteca. No necesitan nuevos libros. Por ahora.
Un abrazo,
Alida
[La ilustración genial es de @adamjk ya voy a encontrarme con una ilustradora que quiera ilustrar estas cartas]
Da lo que tienes. Para algunos, eso puede ser mucho más de lo que tú puedas creer
Henry Wadsworth Longfellow
Querida lectora:
¿Hay algo más peligroso para los fanáticos de la lectura que la obligación de estar encerrados en su casa y con más tiempo libre que de costumbre? Nada podría habernos liberado tanto de la culpa de pasarnos horas y horas (o días) saltando de un libro a otro.
Está demás decir que durante estos ya más de cuarenta días me asusté, sufrí ansiedad, me angustié, pasé algunos días haciendo nada y pasando del sillón a la cama y otros en los que fui archi hiper productiva: hice tortas de todo tipo, ordené placares, armarios y cajones y limpié lugares de mi casa que ni sabía que existían. Enduí y pinté dos paredes que tenían humedad, hice gimnasia por Youtube, dibujé, toqué el saxofón, me anoté a un curso de alemán, empecé una práctica de yoga y pranayama (que milagrosamente sigo al día de hoy), hice un seminario de periodismo narrativo, le corté el pelo a mi novio y a mi perra y anduve en medias días enteros (Y lo mejor: ¡fui tía!). Pero, por sobre todo eso y más que ninguna otra cosa, leí. Salté de un libro a otro, de ficción a no ficción, de técnicas de creatividad a biografías y de herramientas de storytelling a prácticas sagradas de comunidades ancestrales.
Unas cuantas personas me preguntaron qué estaba leyendo y no fue fácil compartir la realidad: llegué a tener siete libros abiertos entre formato papel, digital y audiolibro. Más algunos podcasts súper valiosos, nuevas bandas de música y alguna que otra serie. Nada me ayudó más en este encierro que la cultura y el arte: no nos olvidemos nunca más de su importancia, por favor. Y para no hacerlo más largo, esta intro es para contarles que a partir de esos pedidos, me propuse compartir mis lecturas (y algunas otras cositas que me llenaron el alma estos días) a través de estas cartas, porque como dice Henry Wadsworth Longfellow en la frase que dejé al comienzo – y que leí en un libro de Austin Kleon – : «Da lo que tienes. Para algunos puede ser mucho más de lo que tú puedas creer». Y esto es lo que yo tengo.
Cada semana iré compartiendo mis descubrimientos. No son recomendaciones, yo no les recomiendo que lean, escuchen o miren lo mismo que yo porque cada proceso es único. Solo les comparto lo que me asombra y me convoca a seguir buscando, porque tal vez alguna esté necesitándolo. Cada una sabrá lo que le resuena y por dónde tiene que seguir. Y como las cartas pretenden empezar una conversación por escrito, estaré esperando las suyas.
Hace unos días, una amiga súper sabia me explicó por qué está bien llorar. Hoy me topé con esta ilustración hermosa de @rosi.illustration y me quedé pensando, ¿por qué será que llorar tiene tanta mala prensa?
Me dijo: «Como toooda emoción, la tristeza y en este caso puntual, el llanto, no es ni positivo ni negativo, simplemete es algo que nos permite adaptarnos». ¿Adaptarnos? Sí. Así como el enojo, es una emoción que aparece por un desequilibrio y tenemos que exteriorizarlo de algún modo para poder volver a sentirnos equilibrados. Como en los vasos comunicantes, pensé, si entra más líquido por un lado, sale ese excedente por el otro. «Por eso, solemos hablar de descarga cuando lloramos o nos enojamos – siguió – esa descarga es valiosa porque nos equilibra, algunas veces más rápido que otras, pero lo permite».
Cuando dice que llorar no es ni positivo ni negativo, significa que simplemete ES y que somos nosotros los que sumamos esa cuota de negatividad cuando vemos a alguien llorando y le decimos: «oh, no llores» y, en realidad, la reacción debería ser «si, dale, llorá» y hacé lo que te haga falta para volver a poner tu sistema en marcha. La patología, me explicó, aparece cuando una persona no llora ni se enoja jamás o en el otro extremo, cuando alguien está todo el día llorando o insultando a todo el mundo, durante meses o años; pero eso no es lo mismo que tener una que otra crisis.
Hace muy poquito terminé un libro que se llama Dejar ir del Dr. David Hawkins. En él, su autor, que es Dr. en Medicina y Filosofía, hace lo que llama la «anatomía de las emociones» con las que los humanos lidiamos habitualmente y habla de un método para aprender a identificarlas y dejarlas ir: es decir, conocerlas, pero nada de amistades. Las emociones son, de menor a mayor teniendo en cuenta su vibración energética: vergüenza, culpa, apatía, sufrimiento, miedo, deseo, ira, orgullo, coraje, voluntad, aceptación, razón, amor, alegría y paz.
En el capítulo del sufrimiento habla del llanto: «Al enfrentar el sufrimiento, a veces, tenemos que reconocer y dejar de lado la vergüenza y lo embarazoso de tener, en primer lugar, la sensación. Tenemos que abandonar nuestro miedo a la sensación y el miedo a sentirnos desbordados y abrumados por ella». Dice que la mayoría de nosotros llevamos adentro una cantidad de dolor reprimido. Y que, si en lugar de suprimir ese sentimiento, le permitimos que salga y luego renunciar a el una vez que salió, rápidamente podremos pasar del sufrimiento a la aceptación: «Si no nos resistimos a la sensación de sufrir y nos entregamos totalmente a ella, se agotará en unos 10-20 minutos, y luego se detendrá durante una variable de períodos de tiempo. Si seguimos entregándola cada vez que salga, entonces con el tiempo se acabará. Si resistimos el dolor, seguirá y seguirá. El dolor reprimido puede continuar durante años». Es lo mismo que me decía mi amiga, lloramos y volvemos al eje.
Cuando habla de aceptación, la distingue de la resignación. En la resignación hay rastros de la emoción dejada: «No me gusta, pero tengo que aguantar». En la aceptación, en cambio, hay serenidad. Con la aceptación, la lucha terminó. Las energías que ataban a la emoción ahora están liberadas, por lo que los aspectos saludables de la personalidad se reactivan. De nuevo, equilibro, eje, reactivación, puesta en marcha.
¿Cómo hubiera sido si desde el inicio se entendería que llorar es una necesidad fisiológica? Sin connotaciones negativas, ni positivas, como algo natural y punto. ¿Habría personas llorando y caminando por la calle, sin taparse ni esconderse, así como comiéndose un sandwich? Me suena bastante a libertad.
Sin querer pecar de simplista, me parece importante que nos preguntemos cuántas veces encasillamos nuestras emociones como positivas o negativas, sin siquiera preguntarnos por qué (¡sobre todo en este caso, habiendo comprobado un montón de veces que después de llorar nos sentimos mejor!) y hagamos el esfuerzo de sacarle la cuota trágica al llanto para que no resulte tan pesado: sacaríamos del carro a la culpa o a la vergüenza que, por ejemplo, puede generarnos antes o después.
Podría seguir y seguir citando este libro y cada una de las emociones que nombra y es probable que lo siga haciendo en próximas publicaciones. Pero, por ahora freno acá y espero que nos deje pensando para que la próxima vez que veamos a alguien llorar le digamos que siga, que en minutos más, minutos menos, cuando el agua que sobra salga, estará lista para seguir el viaje.
El libro se llama Dejar Ir: el camino de la entrega (David R. Hawkins), la ilustración es de @rosi.illustration y mi amiga psicológa y sabia es @cecifilippi.-
Marie Kondo es una japonesa que se convirtió en fenómeno global cuando dio a conocer el ‘método KonMari’ a través de su libro La magia del orden. Fue a principios de este año, cuando Netflix publicó el reality show ¡A ordenar con Marie Kondo! cuando el orden metódico, no solo de placares, sino de los diferentes espacios de la casa, se convirtió en un boom: se agotaron los cestos, separadores y organizadores de armarios y conceptos como “disciplinar el caos”, “categorizar” y “despojarse” se volvieron parte de la conversación diaria de los argentinos. Sin embargo, el arte de ordenar y categorizar tiene varios años encima y dio lugar a un oficio: el de organizador profesional. ¿En qué momento el desorden atraviesa el umbral necesario para abrirle las puertas del placard a un extraño?
Abriendo puertas
Julieta Gironacci Herrera (o su alter ego Julieta Dominga) es editora de armarios y organizadora de espacios y lleva varios años metiéndose en placares ajenos: “Empecé con mis amigas y después el boca en boca me abrió las puertas de muchas casas. Hice tantos placares gratis… – dice mientras recuerda sus comienzos – y un poco más adelante, lo que me legitimó fue el hecho de tener un micro en Inspirarte TV. Ya no era cualquier persona la que entraba en tu casa, sino que era ‘la chica de la tele’. También cuando salió la serie de Marie Kondo, me hicieron una nota para el diario La Capital y tuve dos mil seguidores nuevos en un día. Pero más allá de todo eso, que por supuesto ayuda, es la calidad de mi trabajo y el vínculo cercano que busco tener con cada persona lo que para mí hace que me abra las puertas de su casa”.
En otros países del mundo, como Estados Unidos y España, los organizadores profesionales formaron asociaciones en las que dictan cursos para perfeccionar sus técnicas y persiguen activamente el reconocimiento de la profesión. En Argentina, la formación sigue siendo autodidacta y algunas, porque en su mayoría son mujeres, se animaron a hacer de esta capacidad innata para el orden y la organización, su principal ocupación. Julieta Dominga empezó allá por el 2012. “Fue un camino durísimo. Primero, que la sociedad rosarina entienda cuál era el servicio, después hacerme conocer, porque todo muy lindo, pero estas mostrándole tu intimidad y tus miserias a una extraña. Hace poquito empecé a dar talleres que están buenísimos, sobre todo para quienes no pueden pagar los servicios. Lo que busco en los talleres es motivar a la gente a que corra la mirada de que el orden y la organización es solo para gente obsesiva, así como ir a la playa en bikini es solo para gente con cuerpo perfecto”.
Orden vs organización
Muchos de nosotros podemos considerarnos personas ordenadas, sin embargo, organizar es otra cosa y solo viviendo la experiencia de un profesional haciendo su trabajo podemos entender la diferencia:“Uno puede tener las cosas perfectamente ordenadas, pero si no están en el lugar adecuado, la organización se rompe. Por ejemplo, si en tu placard tenes a mano las toallas y arriba de todo tenes las carteras que usas todos los días, no hay organización. La ropa interior va en el primer cajón y lo más adelante posible, porque es lo primero que te pones. Vestirte no te puede llevar más de diez minutos”, explica Julieta Dominga.
La psicología del orden
María Cecilia Filippi es licenciada en Psicología (Mat. 6861) y en sus experiencias de orden y organización de espacios combina ambos saberes para entender al que está del otro lado: “Me gusta conversar con mis clientes antes de empezar a trabajar y preguntarles cómo es su día a día, la rutina, cuántos integrantes son y cómo se sienten con su casa. Todo eso me permite hacer un diagnóstico y armar un plan que se adapte a lo que cada cliente necesita. Por supuesto que el objetivo es darle ideas de cómo organizar su casa, pero siempre respetando las decisiones de cada uno”.
Las emociones dicen presente en el antes y el después del orden de cualquier espacio de la casa. Y muchas veces, el desorden, la acumulación y la dificultad para desprenderse de algunos objetos tiene también un trasfondo psicológico. De todo esto se encarga María Cecilia Filippi, mientras organiza, ordena y descarta: “Puede haber razones muy profundas y arraigadas por las cuales una persona es organizada o no. Desde tristeza hasta estados de enamoramiento. Por eso es clave conocer el momento vital de cada persona cuando vemos su placard. Es decir, podemos tener épocas en que somos más organizados y otras que no tanto. Pero la clave es encontrar lo que le funcione a cada uno. Si bien hay parámetros para organizar, creo que es un error caer en una formula. Ayudar a la persona a que la organización se adapte a sus propias necesidades diarias, tal como una terapia. Yo no puedo adaptar a mi paciente a mi teoría, tengo que conocerlo y analizar en mi repertorio de teorías cuál de todas lo va a ayudar más”.
¿Por qué nos cuesta tanto soltar?
Hasta ahora vamos bien. Entendemos que el orden y la organización traen beneficios reales, pero también ocurre, que a veces es muy difícil dejar ir algunos objetos de nuestras vidas. Por diferentes razones, como la historia personal o el contexto, las cosas materiales toman tanta relevancia en la vida de las personas, que la sola idea de no tenerlos más asusta. “Lo que ocurre es que no queremos olvidar el pasado. Muchas veces, los objetos toman un gran significado que terminan convirtiéndose en objetos desbordados de emoción. Es decir, puede ser mucho más práctico ponerme triste al tocar el alhajero de mi abuela. Eso no está mal, es común. Lo que si es desbordante es tener decenas de objetos, que a su vez generen cientos de emociones y terminen tomando el control de nuestras vidas”, dice María Cecilia Filippi. Por eso, al momento de despojarse, las excusas son muchas. “Por lo general tiene que ver con el miedo al futuro, ‘¿y si lo quiero usar y no lo tengo?’. Lo que pienso es que, si a pesar de no usar la prenda por una o más temporadas, es una prenda única, difícil de adquirir y está en buen estado, puede quedarse. Pero si estamos hablando de ropa que no se usa hace más de dos temporadas, o hace falta bajar tres kilos para poder usarla y está guardada hace cuatro años, adiós”. Hay una mezcla de esperanza y procrastinación en esa historia, de la que todos fuimos parte alguna vez, de reservar por las dudas una prenda que queda chica. “Mi respuesta es que cuando baje los tres kilos se haga un mimo y compre uno nuevo, porque de verdad no va a querer usar el viejo, ya es otra persona”, afirma Filippi.
Julieta Dominga recomienda ‘La seguridad de los objetos’, una película muy movilizante para entender de qué va esto de retener ciertas cosas: “Uno genera una relación con lo objetos que da seguridad, también es una forma de tener cerca a esa persona que ya no está más y en realidad, después te das cuenta de que lo más valioso que tuviste con esa persona que se fue, es el tiempo y la alegría compartidos”. Otra de las respuestas de sus clientas al momento de achicar el número de prendas, es el sentimiento de lástima porque se trata de un regalo o tiene un origen especial: “La lastima es un sentimiento tan espantoso, es lastima que estás sintiendo por vos mismo. Yo lamento que esa persona no te conozca y te haya regalado un tapado naranja y no negro. Te dio felicidad su gesto, se lo agradeciste en ese momento, fin. Y aprovecharlo para ayudar, donar, siempre hay alguien que va a serle útil o que le va a gustar eso que a vos no”, agrega Julieta Dominga.
Sin embargo y más allá de estas dificultades, enfrentarse a estos movimientos de energía emocional vale la pena. “Durante el trabajo y ni hablar al final, cuando ven que todo está ordenado y organizado, las clientas se sienten maravilladas. Pero lo que más me gusta, es que pasan los días y me cuentan que ahora sí pueden ver lo que tienen y, en consecuencia, aprovechan todo mucho más: esa fuente hermosa que estaba llena de tierra porque era la fuente para los invitados que nunca invitaron porque su casa era un caos, ahora queda divina en la cena de cada noche. La idea de la organización es también dejar de lado que lo lindo no se usa o se guarda para una ocasión especial, ¡ese día especial es hoy!”, opina María Cecilia Filippi.
Y aunque con todos estos resultados ya parezca un montón, hay más: organizar espacios genera consecuencias más allá del orden mismo. “Energéticamente, la sensación que queda después de ordenar es que por fin no elegís más vivir mal. Una vez que tenes tu casa en orden pasas a otros asuntos de tu vida en los que hace falta limpiar y hacer orden, como los vínculos, cuáles nos hacen bien y cuáles no”, agrega Julieta Dominga.
Consumir menos y mejor
Definitivamente, una de las claves tiene que ver con cambiar el inicio de esta cadena y empezar a consumir conscientemente. “Tener nuestras cosas organizadas y ordenadas nos permite ver qué tenemos en exceso y qué realmente nos hace falta. ¡Si cambiamos el chip y tenemos nuestro placard organizado, no hay dudas que el chip del consumo también va a cambiar!”, asegura María Cecilia Filippi. “Trato de fomentar el consumo responsable, porque no hace falta tener siete pares de botas negras, es innecesario, es obsceno, y tampoco podés endeudarte por un par de zapatos. Me desespera que la gente gaste su tiempo en ganar dinero para comprar cosas que no necesita. Hoy lo puedo decir después de hacer mucho trabajo profesional y personal y quiero transmitirlo de esa manera, porque es un camino posible. Empezas ordenando tu casa y lo demás se ordena solo”, finaliza Julieta Dominga. –
23.50 hs. Estoy arriba de un avión que va de Río de Janeiro a Rosario. Faltan dos horas para llegar. La abuela está internada hace dos días y quiero verla.
No estoy triste. No creo que se muera. Lo que se llama intuición me dice que todavía no es la hora, que es terca y que va a darle batalla. Tal vez sea eso lo que anula mi tristeza, o que estos días cuando hablé con mamá por teléfono, la escuché bien. Me dijo que estaba tranquila, que la abuela es grande y que las personas no son eternas. Y a lo mejor lo dice porque en el fondo ella cree lo mismo que yo, o porque quiere mostrarse fuerte o porque está sedada por las drogas que salen a dar vueltas por el cerebro cuando estamos en una situación límite.
Una mujer camina por el pasillo con su bebito llorando. Lo escucho a pesar de Drexler sonando en mis auriculares. El bebito tiene ojos grandes y me mira fijo y sonríe y pienso en la abuela y en el ciclo de la vida. El avión empieza a moverse y ahora es a mí a quien se le activan las drogas cerebrales. Hace unos días mi papá me explicó que un avión no se cae por una turbulencia. Se mueve sí, y a veces mucho, pero no se cae: «Ponete el cinturón y olvidate», me dijo. Creí que después de esa explicación iba a manejarlo mejor, pero no.
00.20 hs. Estoy en pleno ataque de ansiedad. Hace más de diez minutos que el avión se mueve sin parar para arriba y para abajo. Por momentos es como un golpe, como si agarrara un pozo en el aire. Miro alrededor y no soy la única asustada. La mujer pasea al bebe por el pasillo e intenta calmarlo mientras la azafata, que se sostiene de las butacas, le pide que por favor se siente porque estamos atravesando una zona de turbulencia. Se sienta y el bebito empieza a gritar. Lo entiendo. Yo quiero hacer lo mismo.
“Hay que aguantar hasta que pase, así funciona la vida”, me dice Seba mientras le aprieto la mano con mi mano transpirada. No sé si se refiere a la turbulencia o a la abuela. «Qué terrible debe ser un tsunami», le digo. “Te avisa. Primero hay un viento terrible y eso te da tiempo a rajar”. Acá arriba por más que me avise no puedo rajar. Cierro los ojos y pido en silencio que pase rápido que pase rápido que pase rápido, hasta que ¡titín!, la señal de cinturones se apaga. De a poco vuelvo a respirar normal y retomo el texto.
Mis finales de viaje suelen ser bajoneros. Pero esta vuelta, mientras iba en el Uber camino al aeropuerto, pensé en lo que me esperaba en casa. Y a pesar del trabajo acumulado, de volver a la rutina y al frío, tengo mucho que escribir. Si, es raro. Pero este mes tengo dos entregas y eso me entusiasma. Es que para mí, escribir es vital. Me saca de los lugares tristes, monótonos, flojos. ¿Qué será vital para la abuela?, tal vez eso la ayudaría a seguir. La azafata me interrumpe para que enderece el asiento, nos preparamos para aterrizar.
2.10 El avión está carreteando, el aterrizaje fue suave y la gente aplaudió: ya estamos en tierra. No hay manga en el aeropuerto así que bajamos por las escaleras y el viento frío nos golpea en la cara. El bebe que lloraba sigue llorando, esta vez porque «tiene sueño y está chinchudo», me dice el papá. Lo entiendo. Yo también tengo sueño y estoy chinchuda. Quiero llegar a mi casa.
2.50 Me acuesto. Seteo el despertador, voy a dormir cuatro horas.
7.00 Suena el despertador y lo pospongo, pero no me duermo. Pienso en la abuela: si no hay noticia, es buena noticia. Suena de vuelta. Me levanto y voy a ducharme.
7.20 Salgo de la ducha y tengo un mensaje de mamá. No sé si quiero leerlo pero lo abro igual: dice que la abuela se está apagando. Que tiene el pulso muy bajo, que puede pasar en cualquier momento. Me visto rápido y salgo con el pelo todavía mojado. Quiero abrazarla antes de que su cuerpo se convierta en piel y huesos.
8.50 Llego a la clínica. La habitación es chica y está oscura, tiene dos camas y una mesa, el televisor está apagado y la persiana baja. Abrazo a mi mamá y a mi tía, llevan dos días sin dormir. La abuela respira pausado y está un poco ida. Le digo que estos días la extrañé, que Río estuvo hermoso y le pregunto si se acuerda de la última vez que fuimos juntas a la playa. Yo me re acuerdo, fue muy divertido. Ella tenía una malla entera negra con un volado y fue feliz como una nena esperando que rompan las olas. No hace señas ni emite sonido, pero para mí me escucha. Me siento en la cama de al lado y sigo con el texto.
Tengo muchos recuerdos con ella. Viajo en el tiempo y aparece ese día de verano que desperté con otitis y mamá me puso unas gotas y se fue al club con mis hermanos. Yo me quede con la abuela y cuando nos levantamos de la siesta, le pedí que me enseñara la hora. Hacía mucho calor y el ventilador no daba a basto. Yo necesitaba ver el reloj y entenderlo, quería aprender el paso del tiempo y en pocos minutos me lo explicó, simple y conciso. Lo aprendí enseguida. También me enseñó a bordar, a tejer al crochet, a coser botones, a jugar a las cartas, a rezar el rosario y a creer en San Expedito.
La veo con los ruleros puestos y el delantal de cocina atado a la cintura mientras fríe las papas más ricas del mundo. La veo ofreciéndome mate, te, café, agua, gaseosa, un alfajor que tiene guardado para mi. La veo concentrada repartiendo las cartas para jugar al chinchón. La veo sentada en la punta de la mesa hace menos de un mes, diciendo que ya le queda poco y nosotros que no, que hay abuela para rato.
11.00 hs. Ahora está sedada, resolviendo si sigue acá o cambia de mundo. Y yo, en la cama de al lado, pierdo las esperanzas y empiezo extrañar su alegría y quiero olvidarme de la hora, de los días, de los años y del tiempo, de cómo pasa y cómo pasó tan rápido y cómo va a seguir pasando. Ahora sí estoy triste. Y el bebito del avión, ¿qué haría en este momento?.
[La abuela ya no está pero su timbre de voz está intacto en mi memoria. Este texto es para ella y aunque no diga nada, para mi me escucha]
En 1992 dejó un cuento corto en la recepción del diario Pagina/12. El director, que en ese entonces era el periodista Jorge Lanata, lo leyó, lo publicó y le ofreció un trabajo como redactora. El primer día le encargaron una investigación sobre el caos de tránsito en la ciudad de Buenos Aires. Salió a la calle con el grabador y una lista de personas para entrevistar. Cuando entregó la nota la felicitaron. Leila Guerriero se había preparado para ese momento, tenía en su haber toneladas de horas de literatura, de periodismo, de poesía y de historietas. Hoy, veintiséis años después, es la madre de una obra deliciosa, porque – como dijo el novelista español Benjamín Prado – sus reportajes no se leen, se devoran.
El método
Muchos hablan de su método, pero ella dice que hace lo que todo el mundo y lo resume en tres pasos: reportear a fondo, seleccionar el material y escribir. No le gusta estar en primer plano más o menos nunca, dice. Y cuando entrevista, la meta es pasar desapercibida: para que solo se escuche la voz del que será el personaje de su historia. Pregunta y deja que el otro cuente y se explaye, todo el tiempo que sea necesario. El efecto de invisibilidad se consigue con la permanencia, dice. Mientras, observa y anota.
Las palabras son su materia prima y algunas le gustan más que otras. Experiencia dice, es una palabra horrible. Y elige la palabra vocación para referirse al periodismo. La pulsión la conduce a escribir historias verdaderas, con personajes reales. Es dueña de una gran curiosidad y se deja llevar por ese interés para elegir el qué. Cuando algo la atrapa, aprende todo lo que hay que saber sobre el tema y recorta la realidad con un ojo adiestrado que revela esa parte de la historia que solo ella, y nadie más, ve. En esa perspectiva novedosa encuentra el verdadero periodismo.
La obra, a grandes rasgos
Mientras trabajaba en la redacción del diario La Nación, llegó a sus manos una noticia que le hizo eco: era la historia de doce jóvenes suicidas. Viajó a Las Heras, en la provincia de Santa Cruz, y dialogó con familiares y vecinos de esas personas que, por una razón o varias, decidieron terminar con su vida entre marzo de 1997 y diciembre de 1999. Se encontró con la muerte, el dolor y el aislamiento de un pueblo patagónico y narró con estilo y exactitud, sostenida en una pregunta que Los suicidas del fin del mundo (Tusquets, 2005) no responde ni intenta responder, pero que unió una a una las historias: ¿por qué se mataron estas personas?
En Plano Americano (Anagrama, 2018) publicó veintiséis perfiles de personajes entrañables de la cultura, como fotógrafos, escritores, artistas plásticos, guionistas, etc. Entró en la vida de Nicanor Parra, Idea Vilariño, Marta Minujin, Ricardo Piglia, Rodolfo Fogwill, Roberto Arlt, Lucrecia Martel y Sara Facio, entre otros y retrató mediante la observación minuciosa de detalles aparentemente insignificantes, el universo de estos creadores. Es una obra maestra de periodismo cultural que demuestra – en palabras de Mario Vargas Llosa – “que el periodismo puede ser también una de las bellas artes (…) sin renunciar a su obligación principal que es informar”.
Su obra incluye otros títulos como Frutos extraños (Aguilar, 2012) crónicas reunidas entre 2001 y 2008, Una historia sencilla (Anagrama, 2013) sobre el Festival Nacional de Malambo en Laborde y Zona de Obras (Anagrama, 2014) que reúne columnas, conferencias y ensayos. Sus textos son publicados en diferentes diarios y revistas de Argentina y Latinoamérica como La Nación, Rolling Stone, El Malpensante, SoHo, Gatopardo, Paula y El Mercurio. Tiene, además, una columna semanal de opinión en El País de España y es editora para América Latina de la revista mexicana Gatopardo. Sí, Leila Guerriero también es editora y disfruta mucho de ese otro oficio. Pero el periodismo escrito está por encima de todas las cosas, dice. Y esa es una buena noticia. A menos de una semana de su visita a la ciudad, Leila Guerriero dialogó con Clapps! sobre su triple oficio de periodista, escritora y editora, de su relación con los lectores y del periodismo actual.
Además de romper con el mito de que solo es periodista aquel que estudia periodismo, elegiste escribir un género que requiere de tiempo de reporteo y dedicación quebrando también el mito de la urgencia periodística, ¿determinaste que así sería o se fue dando solo?
Cuando empecé a hacer esto no le había puesto un nombre, yo hacía periodismo, artículos, notas, etc. Con los años se empezó a hablar de la crónica como tal y a llamar cronistas a algunos periodistas. Yo me sigo llamando periodista. Lo que hice y hago es lo único que sé hacer dentro del periodismo. No sirvo para hacer periodismo de noticias, soy lenta, me toma mucho tiempo escribir, tener un punto de vista, entender qué es lo que quiero decir. No fue en ningún momento un desafío o una imposición a mí misma, ni para demostrar al mundo nada. Fue una mezcla de algunas imposibilidades, como no poder trabajar rápido, no poder trabajar con la noticia caliente, con la investigación pura y dura, sino trabajar en este género que es un poco anfibio.
¿Para escribir bien hay que escribir mucho o vivir mucho?
Yo no creo que se pueda escribir mucho sin vivir mucho. Esto no quiere decir que haya que vivir de una manera extrema y terminar tirado en una alcantarilla (risas), hay gente que lo hace y escribe cosas magníficas. Pero sí creo que no se puede escribir sin salir a la calle y estoy hablando de la no ficción. Un escritor de no ficción no puede escribir en una torre de cristal, solo y aislado del mundo. Hay que nutrirse, hay que saber qué pasa, hay que participar de la conversación, por llamarlo de alguna forma. Me parece que uno aislado no tiene muchas maneras de hacer eso. Luego, cada uno verá lo que significa salir al mundo. Para algunos es salir a cenar e ir al cine y para otros es que el fin de semana empieza el jueves y termina el miércoles, y está bien en los dos casos.
Hace poco leí que sos una gran lectora de poesía y es un género poco explorado por muchos periodistas. Los escritores de ficción, en cambio, suelen recurrir a la poesía para avivar la imaginación, ¿crees que la poesía se traslada a tus textos o lees solo por placer?
GCreo que uno no puede leer y decir esto me va a preparar para escribir, pero a veces sí uno lee con cierta intención de ver recursos. A mí la poesía siempre me resultó emocionante, inspiradora. Me da ganas de escribir. Es fantástica para alguien que escribe. También me enseña economía de recursos y despierta mi imaginación. Además, la música de los textos que escribo es muy importante y la poesía enseña mucho acerca de eso. Creo que esa música, esa métrica del texto viene de la poesía. Pero siempre leí poesía, de chica también, cuando no era periodista leía los clásicos españoles como García Lorca, Machado y antes Góngora, Quevedo, la poesía de los místicos, Santa Teresa, San Juan de la Cruz. Siempre tuve mucho interés por la métrica, hay algo que me resulta tremendamente inspirador en esa música.
Dicen que el escritor lee con ojo crítico, subrayando los recursos que llaman su atención, ¿en tu caso es así?
Puede ser que haya algo de eso, pero cuando estoy leyendo por puro placer no estoy leyendo como alguien que escribe o como alguien que edita. Sí sé, que cuando veo problemas en los textos, probablemente tenga menos tolerancia que la que puede tener un lector no demasiado entrenado. Me cuestan mucho los problemas narrativos de los textos, los personajes o personas mal presentadas o los saltos abruptos e inexplicables en el tiempo. Pero, en general, creo que me dejo ir bastante en la lectura; ahora que pienso, quizás leo mucho más atenta cuando leo no ficción, que cuando leo ficción. Pero, seguramente, todo lo que uno lee a esta altura va a parar a algún sitio de nutrición o de espanto (risas). Cuando leo, pretendo meterme en el mundo que me propone el autor y no pensar en otra cosa.
Cuando definís la lógica de un texto o buscas el hilo narrativo que une a un párrafo con otro, ese modelado que haces ¿es cien por ciento método o hay también intuición?
Creo que es un mix de todo. Uno sabe cuál es el método y cómo funciona uno, pero creo que en ese método hay experiencia, porque uno lleva muchos años escribiendo y sabe qué tiene que hacer en determinadas situaciones narrativas. Pero esa experiencia está también creada por la intuición y por una inspiración siempre muy trabajada. Uno no trabaja confiando que en un momento va a bajar la musa. Uno trabaja para que eso suceda. Entonces sí, es una mezcla de varias cosas. No hay nada que sea tan racional y nada tampoco que sea arrojarse a la piscina de la intuición y la inspiración sin ningún plan. Todo se conjuga. Pero hay cosas concretas que uno sabe que no funcionan. Por ejemplo, sé que no puedo escribir un texto largo si ese día en el que me siento a escribir tengo una cita a las tres de la tarde. Sé que para escribir tengo que tener un tiempo libre y no tener interrupciones.
¿Cómo manejas la responsabilidad de saber que lo que estás escribiendo puede herir u ofender a alguien o dañar su prestigio?
Como paso mucho tiempo junto a la gente que entrevisto, se puede generar una situación en la que me entere de cosas muy hondas y muy íntimas. Pero en general, cuando eso pasa cuento con la anuencia de la persona que estoy entrevistando. Yo escribo tranquila. Tengo como una seguridad de que, si alguien me ha confiado su historia y yo he estado ahí para escucharla, voy a tratar de ser lo más honesta y equilibrada que pueda. Seguramente hay momentos en los que toca hablar de cosas más duras y uno no puede ser complaciente, ni hablar si estás haciendo un perfil o una crónica sobre una situación horrible y conflictiva o protagonizada por un ser siniestro. Pero no estoy pensando en qué pensará el entrevistado. Tengo sentido común también. Si me doy cuenta de que alguien dijo algo en un contexto y si yo lo escribo fuera de contexto lo puede perjudicar, aplico el sentido común. Soy una persona además de ser periodista. La herida al otro por la herida misma trato de no practicarla, si pongo algo que no sea tan agradable es para reflejar alguna faceta de ese carácter. No he tenido malas experiencias en ese sentido.
¿Hay temas relacionados con la coyuntura del país o de Latinoamérica que te parezca que no podés dejar de tratar? ¿o si están fuera de tu interés te mantenes al margen?
Me parece que uno tiene que escribir sobre lo que le interesa. Para hacer crónicas o reportajes no siento una responsabilidad de tocar ciertos temas, voy llevada por el hilo de la curiosidad y de los temas que me resuenan. Pero sí, me pasa esto que vos decís, en las columnas. Siento una responsabilidad. Por ejemplo, cuando han pasado cosas en Latinoamérica, temas que tienen que ver con inmigración, mujeres, género, vulnerabilidad de los niños y los viejos, la corrupción de los gobiernos latinoamericanos, etc. Incluso desde el punto de vista cultural, el fallecimiento de alguien que considero valioso, la publicación de algún libro que realmente vale mucho la pena mencionar y que trasciende la cuestión local. En esos casos he buscado el espacio para replicarlo.
¿Qué lugar ocupa la edición en tu vida con respecto a la escritura? ¿Sos más escritora que editora?
Para mí la edición es importante. Me gusta mucho editar y es un oficio impensado. Nunca pensé en dedicarme a la edición, hasta que un editor mexicano me dijo: “Tu puedes editar” y empecé a hacerlo. Entonces imaginé y apliqué un método. Y me costaría mucho dejar de editar. Aprendí muchas cosas. Cuando uno edita a otro y le pide determinadas cosas y que no haga otras y sugiere esto y lo otro y pide explicaciones de por qué esto está acá y no allá, no puede después tener con uno mismo la vara más baja. Ya forma parte de mí y me siento editora, pero el periodismo escrito está por encima de todas las cosas.
¿Cómo es tu relación con tus lectores? ¿Buscas el feedback?
No estoy muy pendiente y trato de salir un poco de la superstición de si les gustó o no, porque es inevitable que haya cosas que a la gente le guste más o le guste menos. Por supuesto que me gusta que las cosas que escribo se lean, que generen una conversación. El encuentro con los lectores suele ser en las conferencias o ferias del libro y a través de las columnas del diario El País. Muchas veces los lectores escriben a la dirección del diario y el diario muy gentilmente me lo remite. Y con algunos de ellos se ha generado una suerte de relación. Es interesante conversar con ellos. En ocasiones me hacen algunos comentarios de cosas que vieron en mis textos que resultan sumamente nutritivas. Yo no tengo Facebook ni Twitter, pero si por supuesto me interesa lo que la gente piensa. El contacto mío es más personal, por ejemplo, cuando se acercan a pedirme que les firme un libro. En algunas ciudades chicas, como Arequipa en Colombia o en Santiago de Chile, me ha pasado que voy a una librería o caminando por la calle me dicen “tu eres tal” y ahí me comentan cosas. Es muy agradable. Uno puede escribir porque esa gente compra y consume lo que uno hace, ¿no?
En este momento de crisis del periodismo y de los medios, ¿crees que pueda recuperarse la credibilidad?
Me parece que hay muchos periodistas que tienen mucha credibilidad y la crisis pasa más bien por una crisis de medios. Desde el poder se empezó a decir que los medios mienten y los medios en vez de contradecir esta situación, haciendo buen periodismo y demostrando que no mentimos, respondieron de una manera un tanto extraña. No puedo pensar en un mundo sin periodismo o sin periodistas. Y se me hace un poco reduccionista esto de que el periodismo en bloque miente o es falso y creo que la gente es inteligente y sabe discernir entre el que miente y el que no miente, el que manipula y el que no manipula, pero siempre va a haber buenos y malos periodistas. En todo caso, lo que hay en ocasiones es un periodismo más espectacular, que disfraza la opinión de noticia. Ha habido diversas crisis del periodismo y seguirá habiendo buen periodismo y mal periodismo como hubo toda la vida. Pasa que tendemos a olvidar, pero creo que es un poco así la historia.
¿Qué es lo mejor que te dio el oficio de periodista?
Lo mejor que me dio fue la vocación. Hago lo que quiero. Pero esa es mi vida, no sé si puedo separar el periodismo de lo que soy. –