Las nubes me siguieron todo el viaje y el frío va in crescendo. Voy al norte, es lógico. El tren es incómodo y el silencio me agobia. Esta gente no conoce de ruidos. Voy a conocer el Lago Ness. Son cuatro horas desde Edimburgo, voy y vuelvo en el día. Me están sobrando los días y no le estoy encontrando el encanto a Escocia. Todo está prohibido y a las ocho de la noche no hay más nadie en la calle. Tienen muchos cementerios, catacumbas y el museo de la tortura. También tienen a la oveja Dolly embalsamada, los cuadernos que usaba Adam Smith y el bar donde J.K. Rowling escribió los bocetos de Harry Potter. Llovió ayer y anteayer. El clima no me ayuda a no pensar en que a mi vuelta está todo desarmado. No es que no me guste un poco de incertidumbre, pero el vértigo molesta en el estómago cada vez que lo pienso.
Se subieron cuando el tren paró en un pueblito que se llama Kyrkcaldy. El padre me hace acordar a Fernando Bravo, es petiso y canoso. Lo miré bien para asegurarme de que no sea. La madre es rubia, muy rubia, de pelo lasio y corto. No llego a verla de frente. La hija tiene unos 17 años, ojos grandes y verdes y una cantidad enorme de pelo ondulado. Yo estoy en el asiento de al lado, nos separa un pasillo.
– Ey Dana
– …
– Danaaaa
– ¿Qué pasa Ma? Dana se corrió uno de sus auriculares hacia arriba. Son unos auriculares wireless gigantes, cuestan como 200 libras y suenan como los dioses.
– Hija, lo único que te faltaba para ser autista era comprarte esos auriculares. Dana bajó la mirada y volvió a ponerse su auricular.
– ¿Leíste la nota que te pasé sobre la infusión de hierbas para la acidez estomacal?
– Marina, soy médico, no pienso tomar hierbas.
– Pero qué le hace que seas médico, ahora están de moda las hierbas y las terapias naturales. Abrí un poco esa cabeza.
Dana se sacó los auriculares, y los interrumpió.
– Ma, haceme un favor. Agarrá tu telefonito y googleá la definición de autista.
Volvió a ponerse los auriculares, y a mirar hacia adelante, los miraba a ellos, pero con la mirada perdida.
El tren empezó a acercarse a las montañas y los paisajes eran envolventes, llenos de árboles de muchos tipos, cascadas y animales.
– ¡Dana mira afuera! Mirá las vacas, muuuuu, mira los patos, cuakkk – La madre hace todo tipo de ruidos para llamar su atención. Me gusta tenerlos cerca. Dana no se da por enterada.
– ¡Dana mira la cascada! ¿Podes mirar afuera? – le dice el padre – ¡Marina decile algo! A esta chica le falta un tornillo.
Entiendo todo todo. Quiero abrazarla, decirle que ya va a pasar esa angustia. Que su viejo no es un mal tipo, solo que se olvidó de como era ser adolescente. Que quisiera acercarse pero no encuentra el modo, que es un poco brutito y su inteligencia emocional es nula, pero que las intenciones son buenas.
Y a el también le diría que la entienda y que no le exija. Que a sus 17 años no le interesa ni un poco ver una vaca perdida en medio de la montaña escocesa. Que nadie le va a poner like a una foto con un pato de Escocia. Que su amiga está en St. Barths y los padres son tan estéticos. En cambio los de ella son padres normales, que salen del frío para ir al frío, que usan guías turísticas y mapas, que en lugar de ropa y tecnología, compran imanes y platos de los lugares que visitan para exponerlos en la vitrina del living.
Yo también, durante mucho tiempo, me quedé dormida en el tren. Y fui desagradecida por no mirar los paisajes, por elegir leer, dormir o escuchar música, por elegir irme otro mundo. Y ahora, en cambio, estoy maravillada con las formas que tienen las montañas, y la gama de verdes de las plantas, y los rayos de sol que salen de las nubes y se meten en la vegetación como si fueran espadas de luz. Y saco fotos, todo el tiempo. Quiero guardar para mi este momento hermoso. Pero tuvieron que pasar diez años.
– Dana, ¿queres? – El padre le ofrece chicles. Sin mirarlo le dice que no con la mano. – ¡Pero mira que son ricos! – Dana lo ignora.
– Marina, creo que aquellas dos son argentinas.
– ¿Cuáles? ¿Las dos rubias de allá atrás?
– Si.
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